A la siesta.
Aquella tarde, todo parecía indicar que se verían otra vez. La calle tranquila, los árboles apenas sacudiendo un poco sus follajes, el viento acostumbrado y el calor de la siesta ya instalado. El olor a tierra mojada sintiéndose muy a lo último de cada inspiración, y las nubes oscuras a la misma distancia, pero en el cielo, se acercaban sigilosa y raudamente, asegurando la creencia de que la lluvia iría a empapar el asfalto y regar todo lo verde, en cualquier momento. En el preciso instante en que los horneros callaban su canto dentro de sus refugios y uno ya podía saberse mojado; ahí cuando el diluvio era inminente, él aparecía. Aparecía y tanto sus ojos como los de ella se cargaban de ilusión y anhelo. El cielo, la humedad, o la falta de viento perdían importancia de tal forma, que simplemente dejaban de ser. Él, pasaba como la sensación de lluvia. Ella, de nuevo, se quedaba ahí. Y ni la lluvia ni él... en esa cuadra no pasaba nada. Nada más que un poco de viento. Aquella tarde...