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Mostrando las entradas de noviembre, 2012

Verdad del prólogo.

Abro el libro con ansias, paso rápidamente las páginas de presentación; dedicatorias, datos de impresión; pago de depósitos. Y encuentro una barrera moral: el prólogo. Aparece entre el libro y yo como un abogado de la corrección literaria. Ante él, ello y superyo se agarran de los pelos y yo, noqueado tras ese conflicto, asisto como al examen de ingreso de la facultad. Por una cuestión protocolar siempre hago el intento de empezar el libro leyéndolo. Y casi siempre también, llegando al tercer párrado huyo hasta el próximo título. El prólogo siempre es impertinente, siempre se llena de habladurías sin sentido, de anticipos que apagan la sorpresa, de obvias alabanzas al autor. No entusiasma; es pro [ante] logo [palabra], palabras antes de la palabra. Quiere asegurarse de encuadrarme en determinada forma, de ambientarme con ciertas imagenes, de acomodarme a ciertas palabras, de poner ketchup donde quizás yo hubiera puesto mayonesa. Funciona como guía turístico en un viaje que yo pr