Encarnación de Ricardo Gutiérrez


Él mismo no sabía dónde estaba, ni qué hacía, pero desde algún lado miraba ésta situación, que después iría yo a saber:
Eran las 1:20am del sábado 14 de junio, y bajo las luces amarillas de la estación de ómnibus de Villa María se veía como un completo desconocido se bajaba de un colectivo. Después entró al predio algo desconcertado y se paseó por algunas boleterías, evidentemente, sin encontrar lo que buscaba. Con gesto de resignación se sentó a tomar un café en el bar, junto a una mesa ocupada. Lindante unas mesas estaba sentado Héctor Calderón; persona con varios cumpleaños festejados, lungo, de cabellera enrulada y gris, la piel curtida por el sol y arrugada por el tiempo, lugareño y habitué del bar de la estación en esas noches de sábado. Una venda le rodeaba la cabeza y algunas gasas le tapaban partes de la cara, justo debajo del fresco raspón que mostraba en la frente. Su vecino de mesa lo vió mientras esperaba el café y no pudo evitar sorprenderse del lastimoso estado de Héctor, aunque reaccionó con aparente indiferencia.



Tras alguna distracción y con el café ya en la mesa, el visitante perdió de vista al señor vendado, ya había desplegado una serie de papeles y se veía preocupado, tratando de organizar algún evento. En tanto se cambió de mesa, dándole lugar al empleado que en ese horario trapeaba el piso de todo el bar. Cuando volvió a sentarse, giró su mirada por alrededor y vio de nuevo al este hombre, aunque más cerca y desprovisto de las vendas que antes le disfrazaban la cabeza. Por alguna razón Héctor vió simpático este desconocido que había vuelto a desplegar casi la misma cantidad de papeles en la mesa nueva. Aprovechó un cruce de miradas para saludarlo, y él que nunca pudo rechazar un saludo, dio lugar a la despareja conversación que ocurriría: Con vasos de vino blanco lubricándole la garganta, Héctor le contó que había sido reciente protagonista de un accidente automovilístico en una ruta local, por lo que llevaba un fuerte golpe en la frente y algunos raspones, de los cuales el más intenso se veía en su nariz, la que –según contaba él mismo– habría golpeado fuertemente en el impacto contra el suelo, al salir despedido del coche Fiat 147 en el que iba.

Héctor hizo hincapié en el accidente para pasar a contar historias de sus viajes como camionero para una empresa de productos de tambo, del trabajo de su hijo en la aceitera de General Deheza, de lo lindo de cada región del país en que visitó, pero cada tanto repetía con asombro propio la hazaña del accidente y de la increíble suerte que tuvo al estar todavía vivo, después de unas horas en el hospital por chequeos médicos.

El forastero irrumpió en los monólogos de Héctor contadas veces, comentando algunas cosas sobre su lugar de origen, algunos lugares que él hubiere conocido, y que casualmente su próximo destino sería General Deheza. Cada uno de sus breves comentarios le garantizaba al menos media hora de discurso de su interlocutor,

Así pasaron las 3, las 4 y las 5 de la mañana. Dieron las 6.30hrs y a Ricardo Gutiérrez le urgía la existencia, así que sobre el final de este encuentro casual Ricardo puso en la boca de Héctor su nombre para referirse a aquel forastero. Con ese último gesto aparentemente leve, nació Ricardo Gutiérrez; de la conversación de un viajero atormentado por las inclemencias del transporte privado, y un hombre que fue tocado por el milagro de sobrevivir con leves heridas a un fuerte accidente de tránsito.

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Por trenazul, basado en las vivencias del 14 de junio 2008.
Publicado el 24 de junio de 2010.
Anteriormente publicado en http://www.fotolog.com/trenazul/36798815

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