Trocha Media Bonaerense 2: Local del Urquiza

Segundo Tramo: Servicio local del Urquiza

El sábado 17 de enero, teníamos planeado con Seri -ya que no estábamos rumbo a Mar Del Plata- salir a la mañana tempranito hacia Mercedes en el Sarmiento, pero para nosotros el día empezó mucho más cerca del mediodía que del amanecer: cerca de las 12.30hrs caminamos hasta estación Gerli para tomar el tren a Plaza Constitución y ahí combinar con subte C. Era tan sábado a la tarde, que hasta pudimos viajar sentados en esos siempre codiciados asientos de pana azul. Con esa línea subterránea llegamos hasta estación Diagonal Norte, y ahí caminamos por los túneles a la Carlos Pellegrini de la línea B, donde tomáramos una formación que, llevándonos por debajo de los teatros, cines, confiterías y restoranes de antaño de la avenida Corrientes, nos dejara en la antigüa estación cabecera de subterráneo B; Federico Lacroze.



Viajando en la línea B parece que no dobla, que siempre va derecho. Su trayecto gira casi constantemente hacia la derecha (cuando va hacia Lacroze) y sin embargo sus 19 curvas no son percibidas con facilidad. ¿Serán los coches Mitsubishi, tan japoneses como colorados y decorados con esas simples y elegantes guardas, que nos resguardan de la inercia lateral que sugiere una curva tomada en velocidad? ¿O quizás los motorman de la línea están entrenados especialmente para disimular con total carisma las maniobras del recorrido? No sé; seguramente era yo nomás, que soy bastante insensible y muy posiblemente estaba distraído.

Cuando llegamos a Federico Lacroze, estaba muy entusiasmado, y mi entusiasmo avanzaba a medida que íbamos subiendo las escaleras hacia la estación cabecera del ferrocarril Urquiza, esperándonos con nuestros boletos para transportarnos en lo que algún día fue el trazado del tranvía rural.


En Federico Lacroze.
Me acordé que justo había pasado un año de mi primer viaje en subte, y que esa vez también bajé en Lacroze, pero subí por las escaleras a la calle y comimos pizza en L’Imperio. Esta vez en cambio, subimos por las escaleras que dan al interior de la estación: La terminal ferroviaria espaciosa, aireada y con poca gente (imagino que por el horario). Dimos una pequeña vuelta y llegamos a las boleterías, donde sacamos unos boletos que indicaban:

METROVÍAS URQUIZA
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Lacroze
IDA Y VUELTA
Gral Lemos
$ 2.70
17/01/2009 05589
15:41 6002 001-00975201

El próximo tren salía a las 16 horas. Después de conseguir los boletos fuimos a los andenes y entramos al tren próximo a salir, que esperaba estacionado en el andén 5. El Sol estaba zenital y apenas un poco oriental, y no nos dejaba olvidarnos de la alta temperatura que imperaba en el ambiente. Mientras esperamos, miraba la estación por la ventana del tren: me asombré de la cantidad de palomas (mucho más que en cualquier otra estación) que rondaban los andenes y el predio en general, y algo más curioso todavía: el tren esperaba con los motores apagados y las puertas abiertas, las palomas caminaban por los bordes de los andenes, ¡pero ninguna entraba al tren! ¿sabrán las palomas que no tienen que entrar al tren? ¿es cierto el complot entre las palomas que hipotetiza mi amiga Pipy? ¿las palomas tienen entonces, noción del adentro y el afuera? ¿saben diferenciar las palomas entre un tren del Urquiza y uno del San Martín?

Esas y tantas otras preguntas conectaron mis neuronas mientras el caluroso tren estaba preparándose para arrastrarnos cual serpiente férrea rumbo a General Lemos. Estábamos ansiosos por salir; no porque quisiéramos llegar rápido, sino porque sabíamos que cuando prendieran los motores de la máquina, también se prendería el sistema de ventilación y el ambiente refrescaría un poco. Mientras, la gente se cobijaba de las altas temperaturas en la sombra de los andenes. Las formaciones eléctricas Toshiba lucían gloriosas los colores rojo, azul y amarillo tenue: el esquema de pintura de la época de ferrocarriles estatales, y en sus interiores un asombroso estado de originalidad: las ventanas ‘guillotina’, los asientos con respaldo rebatible, los tapizados de cuerina, y como si fuera poco, todo en buen estado.
Finalmente a las 4pm puntual, la máquina se encendió y zarpamos, con todas las ventanillas abiertas.


Saliendo de Lacroze, la primer curva pronunciada de las únicas dos hasta General Lemos. A nuestra izquierda bordeábamos el cementerio de la Chacarita.


Rumbo a General Lemos. (Línea U)
Íbamos sentados en asientos enfrentados: Seri sentado de frente al sentido del tren, y yo de espaldas… los dos del lado de la ventanilla. Al lado de Seri se sentó un señor y frente suyo, (por ende, al lado mío) su hijita de cortos años. Tales presencias hicieron que ese viaje tenga poco y casi nada de diálogos… Simplemente nos dedicamos a mirar el panorama. Lo primero que vimos al salir de Lacroze fue la curva hacia la izquierda, bordeando el gran cementerio de la Chacarita que nació motivado por la peste de la fiebre amarilla, en el año 1871. En ese momento los tranvías hacían el recorrido que hoy tiene la línea de subterráneos B (pero en la superficie, claro) y la actual línea ferroviaria Urquiza. En el camino iba juntando los cuerpos víctimas de tal epidemia, y en tranvía se los llevaba hasta el cementerio de la Chacarita dispuesto en ese lugar por la urgente necesidad de disponer de un espacio para tantos cuerpos. El uso de este tranvía se hizo tan particular que popularmente se lo llamaba el tranvía fúnebre, o el tranvía de la muerte.
Volviendo al trazado de la línea ferrocarril Urquiza, tiene su origen en la línea de tranvía rural que los Hnos. Federico y Julio Lacroze inauguraran en el año 1888. Ese tranvía unía Buenos Aires y Pilar en un principio, para luego extenderse hasta Zárate, San Andrés de Giles y Carmen de Areco; vale destacar que se convirtió en la línea de tracción a sangre más larga del mundo. Hacia fines de ese siglo la compañía cambia su forma de tracción por el vapor, lo que también motiva el cambio de nombre, por lo que en agosto de 1897 pasa a llamarse Ferrocarril Rural de la Provincia de Buenos Aires. Aunque pasados apenas cuatro meses ese nombre se renueva por el de Ferrocarril Nacional de Don Federico Lacroze.
La sección local de esta empresa, de Chacarita a Campo de Mayo que ahora iríamos a recorrer, empezó a construirse en 1905, conjunto a la habilitación de la tracción eléctrica.
Se hacen evidentes los antecedentes tranviarios de esta linea, cuando uno nota la proximidad entre las paradas… entre ellas no se distan por más de dos kilómetros. En algunos tramos la línea conserva su ‘ruralidad’, y en ella se pueden ver las hileras de catenarias que usara el antigüo tranvía para abastecerse de electricidad (ahora se usa tercer riel).
Creo que en estación Antonio Devoto se bajaron nuestros compañeros de asiento. Digo ‘creo’ porque la formación de coches Toshiba nos llevaba a través de estaciones que si uno miraba la arquitectura, parecían ser siempre la misma… las variaciones eran mínimas y entre ellas se notaba una uniformidad importante, casi una monotonía. Algunas tienen simpáticos cuadros y pinturas en las paredes interiores que generalmente aluden a motivos folklóricos, o por lo menos retratan sus elementos.
Pasamos por Villa Lynch, inconfundible por su patio de maniobras habitado con coches de madera y máquinas a vapor pertenecientes al Ferroclub. Y por estación Rubén Darío, particular porque ahí se dividen las vías del ramal interurbano y las del servicio local.


Las primeras estaciones desde Chacarita: Arata, Beiró y El Libertador. Nótese la regularidad arquitectónica.


Otra imagen que muestra lo parecido de las estaciones ¡Que nunca falten los carteles nomencladores!


El estilo decorativo que se ve en las estaciones de la línea. Ésta es de estación Libertador.


Aproximándonos a estación Lourdes, las catenarias del antigüo sistema de electrificación.


Pasando Rubén Darío, la vía local se divide de la general que actualmente usa TEA para correr El Gran Capitán. En la foto se ve un pedacito del edificio talleres de Metrovías, escondido tras el chapa 15.

En algún momento se sentaron a nuestro lado dos hombres, quienes parecían un par de obreros que tal vez salían del horario laboral y volvían a la casa. Uno llevaba una botella plástica de medio litro cargada con cerveza, y el consiguiente aroma. Conversaron unos minutos mientras se hidrataban, y tras lo que habrá sido un arduo día de trabajo, ambos se durmieron como desmayados.
En eso seguíamos transitando las vías del Ferrocarril Urquiza, con rumbo firme a General Lemos. Cuando entramos a San Miguel nos sentimos en un límite: del lado derecho era todo verde, todo campo (Campo de Mayo justamente). Del lado izquierdo en cambio, se notaba toda la edificación propia de la localidad de San Miguel. Y las vías delimitando.
Simultáneamente nos reíamos por dentro mirándolos a aquellos dos durmiendo profundamente a nuestro costado… cuando llegamos tratamos de despertarlos, pero no hubo caso: tuvimos que pasar comprimidos por entre el ínfimo lugar que quedaba entre sus pares de rodillas. Y ya estábamos en General Lemos.

Volviendo a Federico Lacroze en los mismos Toshiba.
Bajamos apenas un rato del tren, y anduvimos por el andén mientras esperábamos a que arrancara de nuevo hacia cabecera. Después nos metimos en el último coche y en pocos minutos ya estábamos encaminados hacia Chacarita. El coche iba casi vacío y eso nos daba lugar a hablar despreocupadamente, sin pensar en que molestábamos a pasajeros que tratan de dormir o alguno que lisa y llanamente, crea -erradamente o no- que hablamos gansadas. Así que nuestro paso por Campo de Mayo desató conversaciones acerca del ejército y la instrucción militar, deviniendo seguramente en temas de poca trascendencia pero que bien nos entretuvieron en el camino de vuelta.


Sargento Barrufaldi, la última estación antes de abandonar el partido de San Miguel.


La inmediata posterior, La Salle, ya en partido de Hurligham.


La curva de Rubén Darío en dirección descendente.


Esta vez íbamos los dos de frente al sentido del tren, y todavía riéndonos de nuestra reciente ida acompañados por los obreros dormilones, concluimos después en que nuestros últimos viajes fueron con compañías parecidas: la vuelta de Lobos con los muchachos de Once que festejaban el cumpleaños de uno a pura cerveza y cigarrillos negros; la vuelta de Pilar en un furgón del San Martín con los muchachos agitadores amigos del humo verde, y esta última oportunidad con los obreros de la cerveza portátil… ¡más que una racha!
Me parece que la vuelta la hicimos más rápido que la ida, quizás porque no paró tantas veces ni hubo mucho movimiento de pasajeros. El viaje de vuelta fue digno de una siesta de sábado: más que tranquilo y despoblado. El tren levantaba importantes velocidades en comprimidos tiempos, y por eso –sumado a la poca distancia entre las estaciones- en escasos minutos unimos Lynch (pasando por Devoto, Beiró y Arata) con Lacroze. Una vez ahí, aprovechamos la poca circulación de gente para sacar algunas fotos sin ser amonestados por el personal de seguridad, y luego nos dimos a la fuga escaleras abajo.


Pasando Devoto a la vuelta: con pocas paradas,mucha tranqulidad y alta velocidad en la tarde del sábado.


Toshibas en desuso sobre una vía lateral de la playa de maniobras en estación Lacroze.


La "pista de despegue".


El chapa 14 en el andén 4 de Lacroze.


El chapa 15 en Lacroze, próximo a salir.


Tomamos nuevamente el subterráneo B y en Nueve de Julio combinamos con la C (Diagonal Norte). Fuimos en subte a Constitución y nos tomamos en 79 en Lima Oeste y llegamos hasta la casa de Lagos, donde degustamos junto con Zoni, Chary y Juani larguísimos torneos de Pro Evolution Soccer en un formato innovador: torneos internacionales de las peores ligas posibles; desde ya un éxito rotundo…


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Fotos y texto por Trenazul,
publicado anteriormente en
http://www.fotolog.com/trenazul/47396899

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