A los cuatro vientos; marzo 2009 3

Tramo 3: Paseo náutico por el Delta tigrense.

Fue después de comer unas hamburguesas en la mal llamada Costanera Sur, cocinadas en una parrilla o bien bajo un Sol que esfumaba toda idea de otoño, que fuimos a Retiro y tomamos el eléctrico a Tigre de las 15.26hrs. Subimos al primer coche, pegados a la cabina, y viajamos sentados entre ruedas de bicicletas, en el piso de un medio-furgón.

Viendo salir trenes desde el andén 1 de Retiro Mitre.



Vista de la no-costanera y uno de sus característicos puestos de coripán (carribares, en mi léxico)


No se pregunte qué íbamos a hacer a Tigre: ni siquiera alguno de nosotros dos lo sabía. Quizás considerando el calor que hacía, podemos suponer que el sentido de ese viaje fue mantenernos en el ambiente refrigerado que ofrecen los legendarios coches Toshiba del ramal Retiro-Tigre.
Tras un transcurso hacia el delta de un tren altamente movilizado, con amplia concurrencia ascendiendo y descendiendo en cada estación, bajamos recibidos al exterior por una extenuante alta temperatura. Compramos una bebida en la misma estación, sacamos fotos y yo miré la estación como por primera vez, ya que el año pasado [¿linkear “el año pasado” al artículo “mi primera vez?”] no le había prestado suficiente atención.

Estación Tigre.

El delta de Tigre, como siempre lo ví, estaba rebalsado de gente. Esta vez fuimos por la orilla del Canal Patino, y subimos a una lancha de paseo por seis ríos del Delta.



Esperando a que zarpe la lancha... al fondo se divisa la torre de la estación.

Saliendo del muelle, orillamos el Parque de la Costa.

Embarcamos y nos dimos lugar por las aguas negras del Río Tigre, que son negras por la cantidad de tierra de la que se compone su cauce, además de que algunas industrias se encargan de acentuarle el color. El tono del agua cambió ligeramente conjunto nos movíamos al cauce del Río Luján. De vez en cuando el agua salpicábanos, a nosotros que estábamos en el borde de la embarcación. Vimos en ese trayecto grandes casas costeras, con arquitecturas desde inglesas lujosas hasta arrabaleras que evocaban el mejor paisaje boquense. Vimos barcos muertos en las orillas, y algunos lugareños que usaban el paso de la lancha para ahorrarse remo. Cada tanto a los costados, había una estación de servicio para dispensar combustible a los barcos. En ese punto ya habíamos pasado las aguas del Río Angostura y las del Río Carapachay. Y si bien en esos días las aguas de todo el delta estaban bajas, por las aguas del Río Espera se notaba aún menor caudal y a veces tocábamos fondo. En las playas de esas orillas, los chicos jugaban a cincuenta pasos de la orilla, y aún así el agua no les llegaba a la cintura. Por eso aplicando el mayor cuidado, la lancha llegó a mostrarnos el museo Sarmiento, que es una casa costera de madera, modesta, y que tiene en su prontuario nada menos que ser la casa del General Domingo Faustino Sarmiento. Está como adentro de una pecera, encapsulada en vidrio para facilitar la conservación. En todo este camino, era mi diversión mirar los carteles que nombraban a las casas, y los muelles a los que cada islero ponía un estilo distintivo; sea en forma arquitectónica o estética, y en estado de mantenimiento... aunque algunos se pasaban de rústicos y parecían estar por derrumbarse. Al final del Río Sarmiento empezamos a ver de nuevo el paisaje circense del Delta de Tigre, con su Casino, su Parque de la Costa y su Puerto de Frutos.

Cada tanto en el recorrido, nos encontrábamos con gasolineras para embarcaciones.


La casa-museo Sarmiento.


Barcos muertos en la orilla.

Síntesis-postal del paseo en lancha por el Tigre.

Museo de Arte.


Sin embargo a bajarnos del cuerpo flotante eludimos con marcada decencia todo el circo y caminamos tranquilamente a la estación, con los boletos de vuelta en los bolsillos. Ya en los andenes, tomamos más gaseosa y tratamos de entrar a la cabina de nuestro tren.

Atardecer en Tigre mientras esperábamos el tren de vuelta a Retiro.
Sin el resultado que pretendíamos, emprendimos la vuelta escuchando un dúo de música candombe-contemporánea que pasaba de vagón en vagón ofreciendo su show a cambio de colaboraciones monetarias. El tren Retiro-Tigre dispone de una diversidad enorme de pasajeros, a nivel social, étnico, etcétera, y aunque sea ésta una característica de todo tren, en este ramal parece acentuarse más la amplitud de público pasajero.
Cuando llegamos, de puro ambiciosos o para despuntar el vicio, tomamos el tren a Boulonge Sur Mer, de la línea Belgrano. Era de noche y no se apreciaba demasiado el paisaje, que por suerte ya conocíamos. Al bajar en Boulogne Sur Mer, ayudamos a un ciego que quería cruzar al otro andén, y nos sentamos unos minutos a mirar el ambiente. Tranquilidad y un poco de tensión por lo desconocido de ese lugar.

Andenes de la Estación Retiro Belgrano, a la noche.

Un instante después, vista de los andenes desde la ventanilla de una formación.

Formación del Belgrano Norte pasando por Boulogne.

Esperamos algunos trenes y en el tercero o cuarto subimos, para bajar en Retiro y caminar hasta cerca del Correo Central, donde Seri tomo el B para combinar y llegar a su casa, y yo tomé el 146 hasta la otra punta del recorrido: Ciudadela.

Tramo 4: Sarmientero, viejo.

A la mañana de aquel lunes 30 me encontraba en la casa de Iunes y Walter, desayunando temprano y ya pensando en cómo venía el día. A media mañana despedí a la gente tresdefebrerense y huí en e 146 hasta Once, donde ya programaba reunión con la hasta ese momento virtual Pipy. Tras cruzar los molinetes nos encontramos y embarcamos sorprendidos o intimidados por un encuentro tan evitable. Cautelosos o atemorizados por las presencias que circulaban en ese tren.
Al frente nuestro un chico al final del coche, durmiendo en una de las butacas dobles. Por el pasillo no bien arrancó la formación, desfilaban la oferta de estampitas y pedidos de caridad. Como en la línea Roca, pero aquí me resultaba tal vez un poco más intimidante.

Andén de Once de Septiembre vacío: un segundo después de que todos hayan subido al tren.

Así es que conversando con Pipy e incorporando a nuestras mentes el lado humano de aquel “contacto de internet”, al tiempo que yo revoleaba los ojos por la ventana, enloquecido por consumir el paisaje poco cotidiano de la zona oeste. Encontré esta región muy urbanizada y un tanto descuidada, con mucho menos verde del que se ve en la traza de ferrocarriles del Sud. Así llegamos a San Antonio de Padua, tope del viaje según habíamos pactado. Saludé a Pipy y se esfumó en un viento paduense, caluroso y ausente si los hay. Sin pensarlo demasiado me crucé al otro extremo del andén-isla para esperar el tren descendente, junto con todos esos que irían a tomarlo conmigo. Andando, noté que me sobraba el tiempo y decidí bajar en Haedo y después en Flores, para conocer al menos las estaciones.


Pintorezcos carteles de estación.

Estación Flores. Lado ascendente / descendente.

Al llegar por fín a Once, ya era pasado el mediodía, y se me ocurrió almorzar en un bar de la terminal del Oeste. Después, una combinación de subtes me dejaría parado entre las escaleras mecánicas de Constitución, y esperando al encuentro que después se fuera a llamar ‘Pérdidas en el Tren II’, episodio en el que hoy se me ocurre creer, lo más triste es que en la distracción que me supone ejercer sentimientos fuertes, no presté demasiada atención al rico paseo por calles de Lomas de Zamora, su edificio de municipalidad, su ancha peatonal y su bella estación ferroviaria.

La estación más linda del país: Constitución.

Municipalidad de Lomas de Zamora.

Interior del coche SoReFaMe en servicio Ezeiza-Constitución.

Me prometo algún día volver, y espero ese día no sea de vientos fuertes y tormenta aproximándose, como me pasó esta vez.


La Venganza Será Terrible

En fín, cuando llegué nuevamente a la estación de Lomas, abatido como estaba, me desesperé vana y efímeramente al pensar que había perdido mi boleto de vuelta a Constitución. Pese a la indicación del boleto, bajé antes para juntarme con Seri e ir juntos a la casa de Lagos. Ahí cenamos y pasamos el rato, hasta que como lo habíamos programado, Lagos y yo nos hicimos hasta el porteño Paseo La Plaza para presenciar por primera vez ‘La Venganza Será Terrible’.

Presenciando 'La venganza será terrible' en el Paseo La Plaza.

Después volvimos y al rato, antes del amanecer, yo ya estaba tomando el 20 combinado con el 8 en Congreso para llegar a Ezeiza y recibir a mi papá ni bien bajado del avión, que fue la excusa principal para pasar estos días en el Gran Buenos Aires. Nutridos días, y violento frío en el larguísimo viaje de colectivo hasta el aeropuerto. Cuatro días, en los cuales no me quedé quieto ni dormí dos noches en el mismo lugar, tomando aquel Gran Buenos Aires como propio, como terreno de interminable expedición en mis repetidas llegadas a sus llanuras. Aún me queda mucho por recorrer.

Arriba del colectivo pensaba que iba a llegar tarde, y distintamente tuve que ejercer mucha paciencia para lograr de una vez por todas abrazar a mi viejo después de mucho tiempo sin verlo, en lo que hoy sé, fue su oportunísima última visita a su madre, mi abuela de los miles de kilómetros de distancia, fallecida al mes siguiente.

Paisaje urbano al salir de la Terminal de ómnibus Retiro: Villa 31.


Vistas del puente Zárate-Brazolargo.

Barcaza en el Río Uruguay.

Papá estaba apurado por volver a mi ciudad natal. Tomamos un taxi en el aeropuerto que cargó las valijas y nos llevó a Retiro. Ahí, tomamos el primer colectivo que salía. Por ser época de cosecha, la ruta a la altura del Gran Rosario estaba colapsada de camiones, por lo que el micro sorpresiva y alegremente nos llevó cruzando el Zárate-Brazolargo, el puente "Unión Nacional", y por la verde Entre Ríos antes de cruzar el túnel subfluvial, un camino diferente.



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Fotos y texto por Trenazul, marzo 2009.

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