Marajenses 2009, 2.

Foráneos marajeando.
Sábado 19, 16.00hrs:

El maletero de la terminal no entendía qué hacía yo sentado ahí, en un banco de la estación soleada y desierta. De a poco se hicieron las cuatro y cuarto de la tarde, y ella me avisó que creía estar entrando a la ciudad mientras el colectivo entraba a la terminal. Al ver los pasajeros bajando, miré desde lejos para ver si la reconocía. No sé si era el Sol sobre ella, su vestimenta casual, su forma de sostener las manos en las tiras de su mochila. 

Tal vez su forma de pararse, normal pero por alguna razón transmitiendo seguridad, decisión y actitud propia. O tal vez me simpatizaron su estatura y su piel de tez clara, suave hasta a la vista… Allá estaba ella. Repasé dos o tres veces para asegurarme de no estar errado… y atónito por el encanto o el asombro, sólo emití un pensamiento: ‘qué linda es’.

Me acerqué a recibirla, y juntos estrenamos bajo los generosos rayos del Sol siestero, nuestros pasos sobre la ciudad costera. La avenida Pueyrredón, sin asfalto ni cordones, abundada en pasto en sus veredas, igual que –sabríamos después- la diagonal Rivadavia, que nos llevaría directo al centro de informes de turismo. Esquivando charcos en el barro de las ocho esquinas de Olmos, desviamos sin querer a esa misma calle y pasamos a contar regresivamente la numeración, hasta la avenida principal Libertador José Francisco de San Martín.

Llegamos, yo inclinado a la derecha manteniendo el bolso del lado izquierdo, y encontramos la oficina con un cartel que la anticipaba cerrada durante nuestra estadía. Sin desanimarnos ni un poquito, llegamos hasta la Hostería Mar de Ajó, donde se nos dio alojamiento y un plano de la ciudad, según habíamos calculado.

Con una llave-tarjeta pasamos a dejar el equipaje en la 211, para sin mucho rodeo despegar las seis cuadras que nos separaban desde allí a “El Teatrino”, donde llegamos a las 17.02hrs, con ambos minutos de retraso según el cronograma. Marcela Navarro, la coordinadora de la entrega de los premios ‘Maestro Almafuerte’ para medios de todo el país, estaba a punto de irse, por lo que llegamos justo para recibir los papeles y las indicaciones de cómo iba a ser el programa para la gala de la noche.


Conociendo el Mar Argentino.
Mar de Ajó tiene un éjido urbano histéricamente regular. Desde avenida Libertador San Martín cambia la nomenclatura de calles hacia el Norte y el Sur. Nosotros desde el teatro seguimos en el Sur, llegando a costanera y dando lugar a una sucesión trascendental para mí: por primera vez frente a las playas del Mar Argentino. Por primera vez escuchando directo en mis oídos el murmullo de las olas, en una playa vespertina notablemente ventosa y despoblada. El agua no termina en el horizonte, y aunque no dejen de venir olas a la orilla, ese mar nunca termina de llegar. Marcábamos levemente nuestras huellas en una arena húmeda y afirmada por lo bajo de la marea. El ambiente sereno, tenue y querible, se completa y se posibilita caminando junto a sus pasos, descubriendo paisajes inéditos para mí, tan ajenos a mi gentilicio.

En nuestra vuelta por la arena hacia el norte, llegamos hasta el muelle de Mar de Ajó. Aquel que por más que pareciera un muelle más, para los entendidos resulta ser el muelle de pesca deportiva más largo de Sudamérica, con 270mts de largo, un morro de 500mts2 y su estructura de hormigón armado, su construcción data desde el año 1936. Sin saber todo eso, antes de llegar al muelle nos internamos en una duna que no era Fiat, durante la cual dimos final a la caminata arenada, y regresamos a la calle costanera camino a la hostería.

Al salir nuevamente, ahora disfrazados pintorescamente de pingüino y mariquita de San Antonio, nos sorprendió el clima frío que comenzaba con la noche. El Cine California no nos quedaba lejos, sin embargo llegamos después del horario anunciado para la gala: aún así esperamos para que se le dé comienzo, y luego que transcurran una tras otra las premiaciones a medios que de no ser por esta institución, nunca me hubiera enterado que existían. Terminado el deber, tras haber masticado sonrisas y saludos a desconocidos durante aquellas horas de función, nos fugamos de la farándula con la excusa de volver a las prendas habituales, cómodas y abrigadas, cosa que se tornó urgente ni bien estuvimos afuera del cine: Noe traía su vestidito más bien veraniego, y un saquito que poco pudo hacer para calmar el frío que la atacaba, aunque en ese tren, bien me ayudaba a abrazarla.

Fue increíble compartir el lecho de sueño. Seguramente los dos sospechamos las posibilidades, pero -sin decirnos palabra- no nos quisimos apresurar. Dormimos cada uno de su lado, -los que ahora mantenemos como propios- haciendo fuerza para no pensar lo que podía ser. ¿Esto es real? Fue una pregunta que me hice y le hice recurrentemente, mitad por afán filosófico y mitad porque las circunstancias, o esas casualidades todas juntas, me llevaban a pensar sino en la irrealidad, por lo menos en individualización de la realidad: compartir un mundo diferente con una persona que hasta hace horas era intangible, bien podría ser un sueño o algo parecido.

Sin embargo la realidad se mantuvo irrefutable, despertándonos los dos casi en el mismo minuto, sin alarma de por medio. Una mañana que nos encontraba descansados, despiertos, roncos y acalorados. Al abrir la ventana entraron los oxígenos domingales que hasta ese momento faltaban en la habitación.

De repente dos horas atravesaron los relojes, en un minuto. Y fue tarde para tomar el colectivo de las 10.30hrs, y para lamentarse. Renegamos de arrepentirnos y transformamos aquel tiempo en nuestro, en tiempo ganado. En el desayuno ‘El reencuentro’, y posterior recorrido de toda la avenida Pueyrredón, incluso hasta el mar, donde aprovechamos para hacer mi bautismo marítimo madrinado por la mismísima Noe. Al volver por el mismo camino, con diálogo cálido y fluído, para llegar a ‘el reencuentro’ y darnos un almuerzo suculento y rápido, apurados por un horario de micro que no podíamos postergar.


Asfalto en el centro y en el perímetro de la terminal de ómnibus.

Desde la terminal por Pueyrredón hacia la costa. Izq: Vereda de barrio. Der: Calle de barro.

Izq: En Mar de Ajó no es todo balneario; también hay que alimentar al ganado. Der: Las recurrentes esquinas agudas.
Izq: En la garita, "Sociedad de Fomento Barrio Pueyrredón". Eso significa que pronto será mucho mejor. Der: Llegando a la costa, el Parque municipal General Unitario Lavalle.

Se confunden los azules.
Ahora eran las 14:10hrs del domingo 20: último día de invierno. Íbamos rumbo a Pinamar por la ruta interbalnearia 11, sentados en los asientos de un El Rápido. Creciéndonos la pena al ver el redistanciamiento agrandarse en el horizonte, conforme dejábamos atrás hileras de árboles y toneladas de campo en la ruta. Exprimiendo con desespero, con desmesura cada segundo perdidos del brazo… comprimir la pasión en tan poco tiempo no debe ser saludable: aventurados en la tremenda tarea de aprovechar cada minuto, cosa que los acortaba uno a uno y convertía las agujas de todos los relojes en punzones revolviendo nuestros pechos. La terminal de ómnibus, en las afueras de Pinamar, ese lugar de bifurcaciones… la estación es aún más grande que la marajense, y aún más en la periferia de la ciudad. Encaprichados por estar más tiempo juntos, fuimos a comprar el boleto de tren a la estación Divisadero, a un kilómetro y medio sobre la ruta 74, y volvimos para hacer los abrazos dichosos, apretados, agonizantes de minutos, insistentes por detener el tiempo. Lamenté cargado de ironía el alarde de velocidad que hacía El Rápido del Sud en servicio a Mar del Plata, al mismo momento en que llegó, y nos sometió a un degradado abrazo que terminó sumiso e irremediable. Nuestro sentimiento solamente encontró refugio en la esperanza, ante ésta despedida Me quedé mirando estupefacto, detenido por la impotencia: ella alejándose, ella subiendo, ella desapareciendo tras la puerta de un ómnibus.

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Fotos y texto por Trenazul, setiembre 2009.

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