General Deheza: Preludio

14 al 16 de junio de 2008
Preludio:

El comienzo de este viaje es quizás lo más venturoso de todo el recorrido: Habíamos coordinado pasar un fin de semana en General Deheza, de visita a las tipas conjunto a los muchachos del club de tipo. Los chicos de Avellaneda saldrían en el Ferrocentral hasta Villa María, mientras yo iría hasta el mismo lugar, pero en ómnibus por carecer del servicio sobre rieles hasta allá.



Segmento 1: Sabotaje. (la ida)

Mi colectivo se despachaba en treinta minutos. Yo a punto de salir hacia la terminal, cuando escuché sonar mi teléfono y después a Seri anoticiándome de que su tren se había cancelado por problemas en las vías. Ahí se desestabilizó todo, ya que el programa del viaje no sería el mismo sin Seri y Lagos, además del riesgo creciente que suponían esos días, cuando la protesta del campo hacía una hecatombe: desabastecimiento de alimentos en las ciudades, cortes en las rutas, mucha escasez de combustible en pos de eso, y sobre todo los medios de comunicación agitando toda la… cuestión. Por todo esto los servicios de ómnibus eran de frecuencia mínima, y tendían a cancelarse por la misma falta de combustible. por todo esto se hacía dudosa la buenaventura del viaje que iba a emprender. A esta misma situación de transporte, -sabiendo que el tren solucionaba grandemente el problema estando abastecido de combustible y ya dispuesto a transportar un bicentenar de pasajeros- se podría adjudicar el “problema en las vías”, demasiado casual, hasta para las mentes ingenuas.
Tras algunos titubeos apurados, llegué a la terminal con un mínimo margen de minutos. Cuando ya estaba arriba, Seri volvió a llamar advirtiéndome que los ómnibus al pueblo estaban suspendidos. Como ya estaba rumbo a Villa María, le dije que no iba a volver atrás, aunque tras esa determinación se escondía un nerviosismo intenso del qué podría pasar, y si iba a poder llegar. Mantuve la sensación de alarma hasta pasado Santo Tomé, cuando resolví entregarme al destino, es decir, decidir sin meditar.
En el colectivo repartieron bandejas con provisiones de falso alimento, y después unos cartones de bingo que sortearon inmediatamente proveyendo al ganador de algún premio de poca importancia, tan así que no tuvo lugar en mi memoria.
Yo iba en el primer asiento de adelante, arriba a la izquierda, con el asiento vecino vacío. Estaba a punto de dormirme cuando el televisor, arriba de mi cabeza, estalló en un ruido y... ¡empezó una feliz película bélica! Los gritos de los soldados, los tiroteos y estallidos de bombas reinaron durante las hipotéticas horas de sueño que podría brindar un viaje nocturno a Villa María. Creo que soñé que nos levantábamos en armas contra los piqueteros que atentaban contra el pueblo, o algo parecido.
Al final y olvidándome del poco venturoso viaje, entré a la lúgubre terminal de ómnibus de Villa María con esperanzas de esperar durmiendo en alguna silla hasta las 5.30hrs, cuando –según averigüé después- salía el próximo ómnibus a General Deheza.

Vi el ambiente apagado de la terminal de ómnibus, amarillas y débiles luces. Lo se que destacaba era el bar ocupando casi todo ese ala de la estación, lleno de pasajeros o lugareños saciando sus apetitos y sedes en las mesas de aquel local. Ante tanta satisfacción a la vista, opté por tomar un anacrónico desayuno mientras programaba el movimiento de los próximos días, para compensar que la situación tendía mucho hacia el caos.
A tres mesas de la mía, un hombre vendado en la cabeza, con gasas en la nariz y la ceja, se destacaba por esas razones del resto de los parroquianos. Un empleado del local iba por sectores pasando el trapo por entre las mesas. Cuando llegó cerca mío, me mudé de lugar, al otro lado del bar, para despejarle el terreno. Seguí entre los papeles, repensando cada día y cada opción, más para entretenerme que para organizarme. Mientras tanto, el hombre de las vendas ya no las tenía, ahora estaba a una mesa de distancia.



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Redactado en base a experiencias vividas en junio del 2008.
Publicado aquí en junio del 2010,

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