Travesía serrana bonaerense marzo 2011 4

A Bahía. 
  Todavía era de noche cuando nos levantamos. El silencio dueño del campamento, y nosotros por no perturbarlo, armamos el equipaje, empaquetamos la carpa, agrupamos y cerramos la mochilota con el mayor sigilo que se nos permitía.

Destaquemos que la línea ferroviaria que estábamos por usar se habilitó en 1903. En la comarca y en ese inicio, sólo existía la estación Sierra de la Ventana, que no era la misma, sino la que hoy se llama Saldungaray. Seguidamente en la misma epoca, se establece una parada después del puente que cruza el río Sauce Grande, y se la nombra como el mismo cauce de agua.



En alrededores de la parada Sauce Grande se instalaron barrios e instituciones. El servicio postal entonces, debía viajar desde la Estación Sierra de la Ventana 27kms hasta estos asentamientos. Por eso años después, en 1912, se resuelve que la estación Sierra de la Ventana pase a llamarse Saldungaray, y la parada Sauce Grande tomó el nombre de la primera, en calidad de estación.

 
Bomberos y la Delegación Municipal de Sierra de la Ventana. "En bien de la salubridad púlbica se ruega no escupir fuera de las salivaderas" un cartel que volvimos a ver expuesto en el Museo del Puerto de Bahía Blanca. E imágenes de la espera y la llegada del tren que nos llevó a Bahía.



Hacia ésta última [Sierra la ventana, ex-parada Sauce Grande] salimos antes de las 7. Como las mañanas anteriores, hacía frío y se notaba mucho el rocío. Cuando llegamos fue la sorpresa: el jefe de estación nos dijo que el tren venía demorado y con problemas en la máquina, por lo que no nos vendería pasajes hasta que no pasara Laprida, sino no era de fiar que llegase a Bahía. Eso nos desarmaba todos los planes. El tren no volvía a salir hasta el lunes, y para tomar un micro tendríamos que ir hasta Tornquist en la combi y pagar un pasaje del doble de precio. Optamos por esperar hasta las 9hrs. Volvimos al camping, tomamos mates para pasar la ansiedad. Escuchamos bocinas pero era el tren de carga, que siempre pasa a la mañana también. Hicimos un plan B por si acaso no pudiéramos tomar el tren, y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos de nuevo en la estación (a unas cinco cuadras del camping). El Jefe nos dijo que venía lento pero bien, nos expidió los boletos y esperamos un rato, no tan largo. Y ese tren llegando, cruzando el puente sobre el Río Sauce Grande, anunciándose con la bocina, fue un lento orgasmo expedicionario. Empezaba el viaje a Bahía.

Serían las 10am cuando abordamos nuestras ubicaciones pullman. Desde ahí, con la memoria fresca, el tiempo y la predisposición justa, escribí un apunte-en-el-momento, aprovechando que Noe dormía.
Apunte-en-el-momento [síntesis de la experiencia en la comarca] 04/03/2011, 11hrs Kilómetro 557 en la vía, ascendiendo a Bahía Blanca. Nosotros en el coche pullman PA672, próximos a la máquina. Vamos a velocidad de tren turístico por un desperfecto de la locomotora, y aunque ahora no haya mucho más que campos, alambrados y palos de telégrafo que ver por la amplia ventanilla, hace unos kilómetros la velocidad turística –aunque no fuera planificada- tenía sentido al poder admirar el paisaje en enorme tranquilidad, tanto dentro del coche como en el cielo despejado. Podían verse sin esfuerzo las formaciones serranas en el horizonte, hacia el Este. En algunos momentos ‘nos metemos en sierras’ y como ahora en el km 561, la vía se tiende por un zurco dentro de ellas, para ir en un nivel uniforme. Lo curioso es que pocos metros después, pasada la elevación natural y con la vía siempre a la misma altura, andamos en un terraplén altísimo, de unos 4mts fácilmente. Así, pese a la decepción de encontrar el coche pullman en condiciones de mantenimiento mínimo, y de saberlo tres horas atrasado de su horario normal, el viaje a Bahía se torna gracioso y entretenido, lleno de un paisaje distinto, un día cálido y de sol placentero, de satisfacción y cansancio. Ayer, en el entusiasmo por tomar este tren, soñé que Noe y yo íbamos en tren, pero manejándolo. Dormíamos el tercer día de acampe en un camping de Sierra de la Ventana, cansadísimos por haber subido en los días anteriores los cerros Ventana y Bahía Blanca. La travesía por la comarca superó mis expectativas y comenzó viniendo en tren desde Azul, bastante fastidiados por su pésimo estado y por lo fulero que fue abordarlo. Bajar en Tornquist nos alivió por haber llegado, y por la amabilidad con la que nos atendió el jefe de estación. Por la pequeña ciudad, recorriendo, anduvimos hasta partir al mediodía en una combi a Sierra de la Ventana, donde instalamos la carpa. En aquel momento, después de haber recorrido y juntado alguna información, supimos que el mejor lugar para vivir las sierras es el parque Ernesto Tornquist. Disfrutamos ese primer día en el buen ambiente del camping y poco alrededor, tomando cena y almuerzo siempre afuera. Al otro día emprendimos camino al parque con un detalle no menor: al no haber servicios frecuentes de transporte, fuimos a la ruta y esperar a que un auto nos llevara, una modalidad que terminamos repitiendo en la mayoría de las idas y vueltas al cerro. Gracias a la gentileza de los conductores se nos hizo posible la gran, costosa, emocionante y cuánto más divertida excursión al Cerro Ventana. Tal vez el que nos haya resultado más duro de lo que pensábamos, también nos hizo poner más contentos al haberlo realizado. Después de eso, lo único que quedó fue el entusiasmo por tomar el tren de esta mañana, las anécdotas entre nuestros nuevos amigos-vecinos de carpa, y los músculos doliendo tras el primer trekking. Esta mañana amaneció fría e idéntica a las anteriores, y también como los días anteriores, con el Sol se hizo vivible y cálida. Antes de ese Sol ya habíamos empacado todo e ido a la estación. Una incertidumbre después, tuvimos al final los boletos y abordamos. Estamos rumbo a Bahía.


 
Entre Sierra y hacia Bahía, estaciones Saldungaray, Estomba, Cabildo. Cruzamos también la ruta 72 y la 51.

   
Imágenes de la estación Bahía Blanca Sud. menos la última, que es del teatro municipal.

 Cerca de las 14hrs llegamos a Bahía… pero no. ¿Llegamos? Estamos entrando… ¿Media hora entrando a Bahía? ¿Nos pasamos? ¿Qué pasó?. Bueno. Es que cuando “entramos a Bahía” en realidad era estación Grunbein, eran los talleres Spurr, y parte de toooda la vuelta que da para llegar a la estación Bahía Blanca Sud, que se usa como estación de pasajeros actualmente.

Me pareció rara, nueva, ajena en la primera impresión. A medida que iba conociéndola, iba también encontrando parecidos con mi Santa Fe natal. Aquella “vuelta” que da el ferrocarril es la misma que daría el Belgrano para entrar a estación Santa Fe desde Buenos Aires o Rosario. Aquel clima húmedo y pesado sólo me recordaba a la ciudad de la Setúbal. Esa humedad que se respira, la pesadez del calor. El origen de su desarrollo, ferroportuario. La diversidad de trochas. La “pluralidad” en el desarrollo urbanístico, por no decir que es un cambalache de calles y que termina no siguiendo ningún orden. Eso me hace emparentar tanto a Bahía Blanca y Santa Fe.

Nos fue a buscar la tía de Noe a la estación, nos llevó a su casa. Yo estaba en desventaja con la ciudad porque no había podido conseguir un buen plano para orientarme y estudiarme algunos lugares antes de llegar. Ni el tamaño de la ciudad, ni su complejidad urbanística, ni la despreocupación que había criado en la comarca me ayudaban a superar ese inconveniente con rapidez.

En esa situación sentí a Bahía grandísima e inabarcable. No sabía si visitar museos, parques, calles peatonales. No sabía qué líneas de colectivos nos llevaban a qué lados, y ni siquiera dónde estábamos, ahora que Mabel nos había llevado a su casa. A propósito de eso, todo plan debía pensarlo a partir de que teníamos que estar medianamente temprano en la casa de Mabel, teníamos que avisarle qué haríamos o darle una idea de por dónde andaríamos para que no se preocupara. Y simplemente no sé. Aún no tenía siquiera el plano de la ciudad, así que en esa primera tarde, en la cual Mabel nos llevó por el Parque 25 de mayo guiándonos para que supiésemos dónde estaba el centro y cómo encontrarla después, nos sentamos a tomar mates al lado del arroyito (medio-seco), y después rumbeamos para el centro, la plaza central frente a la municipalidad, la peatonal. Ahí conseguimos el bendito plano, y preguntamos en una casilla de turismo cómo llegar a Ingeniero White, que para mí era una incursión fundamental.

A la tarde andábamos por la zona de la Terminal, sacamos pasajes para volver directo a Mardel: la parada en Necochea nos demoraría mucho y no habíamos pensado qué hacer ahí ni dónde quedarnos estando ahí. La Terminal de ómnibus de Bahía Blanca parece un aeropuerto por lo grande y blanca, por el brillo de los pisos y su estructura simplista. Sobre el borde del perímetro está la vieja estación de ómnibus, que en realidad es una vieja estación ferroviaria re-refuncionalizada: ahora es una dependencia municipal. Tratando de encontrar un rumbo al salir de la terminal, Noe se bajoneó por el calor y la pesadez, y por nuestra falta de rumbo al no conocer la ciudad. Eso podría haberme adelantado su falta de tolerancia a ese ambiente santafesino, y a la incertidumbre de una ciudad grande que no conoce y debe recorrer. Lo tomé con liviandad y traté de superar el problema en el momento… pocos minutos después estaríamos rumbo al centro.


Tuñón.
Al otro día Mabel nos alcanzó hasta Ingeniero White antes de entrar a su trabajo. Era un lugar que quería conocer hace mucho, atraído por toda la mística que escuché desde Raúl González Tuñón. Fascinante, Ingeniero White es el barrio portuario pintorezco del Sur. Tal vez con Tuñón en la memoria y queriendo cumplir mi sueño, pude percibir todo ese aire de puteríos y circos pobres en el ambiente, sobre todo en la zona de la estación ferroviaria y el museo, que está en el edificio de Ingeniero White Sud. Bien señalizado y ambientado, pensado para exponer pero también para enseñar, dejar rastros en la mente del visitante, el museo del puerto nos tuvo un rato largo reviviendo el 1900. Fuimos hacia la orilla y vimos las chimeneas de Cargill, de las grandes empresas que tienen su puerto en Bahía. Los mosquitos ahí parecían criados en la costa santafesina: muchos, grandes y elásticos a todo manotazo.

 
Una vuelta por Ingeniero White, el barrio portuario al sur de Bahía.


   
 
El recorrido cultural de white: El museo del puerto, el paseo portuario, y tras el puente, el ferrowhite: el museo de la vieja usina.

Después volvimos y cruzamos al otro lado de la playa de maniobras del ferrocarril, visitamos el museo de la Vieja Usina, el Ferrowhite. Ahí nos atendió un hombre que nos dió un paseo por el museo guiándonos, pero la guía era tan aplicada que giró desde el viejo muelle de White, hasta contarnos por qué el glaciar Perito Moreno tiene ese nombre (imagínese usted todos los párrafos en el medio). Volvimos a Bahía a la noche, con la cabeza como una barcaza cargada. Curiosamente en la sobrecarga, ningún inciso histórico puedo aportar ahora.

La punta.
Las estaciones en Bahía Blanca se cuentan de a decenas. A la tarde del último día, fuimos a Punta Alta. Yo tenía expectativas de conocer el Puerto Belgrano, pero me dijeron que es un predio militar y tenía acceso restringido. Todo el trayecto de la ruta 3 acompañados por los rieles del ramal Bahía – Punta Alta. En partes se veía, en otras apenas se intuía que la traza seguía ahí, tapada por la tierra o por otro sendero. Punta Alta, pequeño como Tornquist, me calmó la desmesura de las ciudades grandes.

 
Supersintesis de la escapada a Punta Alta.

Tomamos mates en una plaza, anduvimos por su centro cívico, y sin querer esa fue la última mateada de la travesía. En unas horas más estaríamos abordando el ómnibus que casi perdemos por esperar el paso de un tren de carga, en uno de los tantos pasos a nivel que hay en la ciudad. Este viaje en el que el tren y la unión formaron parte esencial, en que el esfuerzo nos llevó lejísimos, altísimo, en calores y fríos, estaba terminando. Terminar el viaje ahí, significaba una experiencia hermosa del principio al final. Significaba también seguir, porque tres días después de llegados a Mardel, ya estaríamos apuntando las mochilas a Buenos Aires, Rosario y Santa Fe.



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De vivencias en febrero y marzo 2011.
Crónica [texto y fotos] por trenazul.

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