Travesía serrana bonaerense marzo 2011 1

Antes de sacar los pasajes. 

En el camino rumbo a Azul de octubre del 2010, conocí con verdadero asombro, felicidad y excitación, las sierras de Tandil: accidentes geográficos que nunca hubiera imaginado ver en el perímetro bonaerense. Está claro que desde ahí me prometí volver y conocer Tandil.

Así comenzó este viaje. Pretendiendo Tandil y después llenando con un tanto de codicia, una lista con muchas más ciudades más. Con el fin de año, las vacaciones y la triste renuncia a mi estadía marplatense, también vimos el tiempo justo para concretar el viaje.

Organigrama del itinerario hecho para dejar tranquilos a los famliares.



El planteo fue mucho más experimental, jugado, rico, provechoso que todos mis anteriores viajes. No iríamos y volveríamos por el mismo camino. Iríamos juntos, novedad para mí que acostumbro a sacar pasajes de a uno. Noe tuvo la maravillosa idea de ir de acampe en vez de hotel. Y otra de las premisas que le ponía gracia al recorrido, era tomar la mayor cantidad de trenes que pudiéramos, teniendo en cuenta las limitaciones de horarios y los pocos trenes disponibles, además de los pocos días que estaríamos de excursión. Prepararnos después de haber confirmado el itinerario y la cronología de viaje fue otro tema: Comprar el equipamiento de camping, preparar los equipajes encontrando el punto justo entre comodidad y austeridad de carga, averiguar precios y reservar las estadías, buscar los planos y la disponibilidad de servicios de transporte, los pasajes… Así y todo, esta preparatoria me resultó tan placentera como el viaje mismo, y eso no es poco decir… lo verá ilustrado en las páginas siguientes.


El arranque 

Para abordar El rápido con destino Tandil a las 8.30hrs, tuvimos que levantarnos bien temprano y respirar la fría brisa de las mañanas marplatenses, que se esfumó temprano por el Sol y el calor que anticipaba hacer en el día. Desayunamos arriba del micro para no levantarnos antes. Los días anteriores Noelia repasó cien mil veces la lista de cosas que traíamos para no olvidarnos de nada, su preocupación a veces hacía parecer que no disfrutaría del viaje en el afán de que el viaje saliera perfecto (paradoja). Sin embargo estando arriba del micro nos relajamos y supe que no sería así como lo había hecho parecer.

Volvimos a pasar por las sierras de Tandil sobre la ruta 226, con un día soleado como el de octubre del año anterior. Yo lo revivía con el placer primero, sumado al entusiasmo de una travesía que recién comenzaba. Así y todo, sabría después que sólo sería la entrada a la creciente hermosura de paisajes que viviría avanzando el recorrido serrano.

La puerta-cerradura de una casa sobre avenida Buzón.

Desperté a Noe cerca de las 11hrs, cuando entrábamos a Tandil. Al llegar dejamos la mochila gigante en un guardabolsos y conseguimos un plano de la ciudad que también mostraba recorridos de sitios turísticos. La oferta de lugares tan variados y tan distantes entre sí, hizo que nos costara decidir en qué destinar las pocas horas que teníamos para pasar en la ciudad. Lo charlábamos mientras caminábamos por calle Belgrano rumbo a la plaza central Independencia, para asegurarnos en el centro un lugar para almorzar.


Calle cualquiera de Tandil: adoquines, árboles, y de fondo -siempre- elevaciones naturales de la tierra.


Catedral Metropolitana tandilense.


Las calles de barrio, casas bajas. Las calzadas adoquinadas con pedazos de montañas su propio alrededor. Andábamos calle Belgrano que así como la mañana del domingo, estaba tranquila, apenas poblada y se hacía cada vez más calurosa. Pensamos que llegar al cerro La Movediza sería largo y difícil de coordinar con un transporte, que nos llevaría todo el día. Por lo que tras un almuerzo contundente en un bar con aire acondicionado, el afuera nos volvió a recibir, ya con un calor abrasante, que hacía indispensable el agua y que instintivamente no invitaba a caminar. No hicimos caso al instinto porque ya teníamos la ruta marcada hacia el dique y el lago, para volver por el lado del parque Independencia. Por avenida Alvear encontramos algunos rastros de ciudad “informal”, con unos autos de baúles levantados y cumbia sonando fuerte, con gente tomando mates en la vereda. Una parte más suelta y descarada de Tandil, que se salía de la primer y reinante apariencia de esta ciudad. Unos chicos jugaban en el agua verde al pie del dique mientras nosotros íbamos y volvíamos por el sendero sobre esa construcción. Abandonamos aquel paisaje para meternos en los cerros, en el verde constante. Entre los árboles del llamado ‘Bosque mágico’ según unos carteles y unas intervenciones lúdicas que se metían entre las ramas, el aire era más fresco y la sombra calmaba la tortura de la siesta. En esa dirección subimos por caminos sin marcar hasta el castillo italiano ‘Morisco’, y ahí emprendimos la vuelta, aventurándonos a tomar el 501 con destino a la Estación del Ferrocarril.


Imágenes del lago y el dique. Panorámica desde el parque independencia y una de sus "puertas": el castillo morisco.

El colectivo urbano no parece ser un medio de transporte público. El precio ronda los 5 pesos, todo abonado con monedas. No por nada son coches de poca capacidad, con boletera de corte como en el siglo pasado.

Llegando a la estación, vimos que el gran predio está rodeado por un alambrado, limitando la entrada por Avenida Colón. El edificio de la estación es del mismo estilo que el de Azul. También igual que en Azul, en los alrededores había muchos coches de Ferrosur, y ninguno de pasajeros. De hecho en la puerta de boletería había pegado un cartel indicando la falta de comodidades para ese día, domingo 27. Recordemos que el servicio “ferroviario” llega a Tandil en-combinación-automotora, que hace el tramo Tandil – Maipú para ahí sí tomar el tren hasta alguna estación entre Maipú y Constitución.

La estación de ferrocarril Tandil (FCNR)

Aprovechando el lado bueno de la desidia y la inactividad ferroviaria, pasamos un rato de siesta en el andén lleno de quietud y tranquilidad. En un banquito descansamos las piernas y usamos la canilla del andén para refrescarnos y recargar las botellitas. Noe se quedó dormida por un rato. Minutos después volvíamos caminando hasta la estación de ómnibus por calles de suburbios, por las aristas del cuadrado que conforma la urbanización central de la ciudad. Subimos al ómnibus con destino a Azul, pero abandonamos Tandil con ganas de haber pasado mucho más tiempo y recorrer muchos otros lugares que hoy quedaron pendientes.


Azul.

Esa noche el calor ya había aflojado bastante. Caminamos aliviados y frescos desde la estación de ómnibus, pasando por la plaza central, hasta la casa de la abuela de Noe. Al otro día salimos a comprar pasajes, fuimos por las calmadas calles azuleñas hasta el predio ferroviario, ingresando por la vía.

El predio ferroviario de Azul: Cabín Azul-sud, mesa giratoria, galpón desmantelado, y una autovía en el andén operativo.

Balneario de azul: la represa y una foto tardía después de que Noe se tiró desde el trampolín más alto (doy fe).

El día estaba excepcional, no pudimos evitar ir al balneario. Pasamos la tarde con mates y mallas, y volvimos para despedirnos, prepararnos y antes de la cena salir a la estación para tomar el Ferrobaires a Tornquist.

Incómoda situación cuando llegamos a las 12 y la boletería aún no había abierto… Esperábamos en la puerta del oscuro predio de la estación. Noe estaba paranoica por el riesgo que significaba estar ahí con todo el equipaje y la plata del viaje… hasta que el mal rato pasó cuando abrieron y entramos a esperar a la sala. El tren llegaba 12.40hrs. Cerca de ese horario mucha gente entraba para preguntar por boletos o la hora de llegada, y nos extrañó escuchar al boletero decir que el tren venía demorado… No supimos cuánto hasta que llegó: dos horas. Noelia ya estaba de mal humor y cansada. Cuando llegó el tren, pasó aquel mal momento, pero no vino uno mejor: Según nuestros boletos, nos tocaban dos asientos primera del coche, supongamos, 602. Abordamos por un coche contiguo al restaurante.

Sala de espera de estación Azul.
Vista del coche turista donde pasamos la madrugada.
Noe avasallada por la ingratidud de Ferrobaires, después de no-dormir, tratando de consolarse con la mirada a las sierras.

Poco le importaría al guarda -que busqué en el cochebar- nuestra situación después de preguntarle cuál era el coche 602, para ubicarnos. Me indicó dónde y me dijo sospechosamente que sino, tomara cualquier otro asiento porque venía bastante vacío.

Después de pasar entre toda la gente desparramada llevando ellos seis ó siete horas de viaje, confirmé a qué se refería el guarda al encontrar nuestras ubicaciones ocupadas por gente que lógicamente estaba dormida. Deambulamos entonces por los otros coches para encontrar dos asientos juntos donde poder viajar: en primera no encontramos. A medida que cruzábamos la clase turista, el tren que de por sí está sucio y descuidado, iba sumando a eso un ambiente cada vez más oscuro, tenso y turbio. Los estribos llenos de fumadores y miradas desafiantes, frente a puertas de baños que emanaban olores ácidos aún estando cerradas. Volvimos un par de coches atrás y nos quedamos en unos asientos turista enfrentados. Noelia estaba a punto del ataque de nervios, yo no sabía cómo contenerla ante tremenda seguidilla de momentos miserables. Era el primer tren de pasajeros al que ella subía: Maldije que esa experiencia haya tenido que ser así. Al fin, calmados un poco después de esa batalla, sacamos las bolsas de dormir para pasar el frío del coche y dormimos un par de horas. Me desperté apenas pude distinguir formas detras de la ventana, sin perder la oportunidad de mirar Cura Malal, Pigüe, Saavedra, toda la cadena serrana pasar al costado de las vías. Lamentable que un ramal tan privilegiado por su paisaje no se aproveche con mejores frecuencias y un servicio que permita a uno viajar con placer.

Paisajes inigualables desde el tren.



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De vivencias en febrero y marzo 2011.
Crónica [texto y fotos] por trenazul.

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