Genios de la calle

Rogelio volvía de su trabajo a las 9. La noche estaba fresca pero bastante pesada, parecía anticipar mucha lluvia. Esperaba el colectivo en la esquina de Independencia y Juan B Justo. Un auto descapotable lo hizo voltear la mirada, y cuando volvió a su posición normal el colectivo pasaba frente a sus narices… No se mosqueó, siguió esperando.

Un hombre de aspecto un tanto extraño se le puso al costado, le pidió fuego. Prendió uno de los fósforos y sin encender ningún cigarrillo esperó a que se consumiera completamente.

-Usted es un hombre de suerte.- Acusó el petiso de sombrero, con la cajita en la mano.
-¿Qué está diciendo?- Rogelio lo miró levantando una ceja y trató de entender.
-Vea, me llamo Braulio Rosales, mucho gusto. Resulta que hace quince años tuve un accidente y… cómo decirlo... no sobreviví. Así como me vé, soy un espectro.
-No se parece en nada a un espectro.
-No todo es como en las películas… hágame caso y aproveche esta oportunidad. No se distraiga con esos detalles; lo que vengo a ofrecerle son tres deseos. Puede pedirme lo que quiera, solucionar cualquier problema, tener lo que siempre anheló, ganar lo que siempre estuvo queriendo. Vamos, aproveche y pídame eso que siempre quiso.

Braulio iba enfervorizándose cada vez más, y sin embargo Rogelio no mostraba ni un poquito de asombro. Ante su silencio, el espectro insistió.

-¿Qué le pasa compadre? ¡¿Acaso no me escucha?! Estando entre el mundo terrenal y el supremo puedo llegar mucho más lejos que las voluntades de los humanos comunes como usted. Le estoy ofreciendo mi poder ilimitado ¿y usted como si nada? Vea, voy a pegar la media vuelta, no me va a ver más y va a quedar lamentándose durante lo que le quede de su vida miserable.
-A mí hablame bien porque vas a tener que usar los poderes para ponerte los dientes de nuevo.- Respondió Rogelio sin levantar el tono, pero pensando que no tenía nada que perder poniendo a prueba el ofrecimiento del hombre, que ya se estaba poniendo pesado.


Lo miró de cuerpo entero: Recorrerlo de arriba hacia abajo no implicaba mucho trayecto. Su vestimenta casual no sugería ni por asomo algo místico. Su calvicie parcial, que se notaba a pesar del sombrero, sus rasgos puntiagudos y su gesto de ambición hacían creer que no se trataba más que de un peatón nocturno cualquiera.

-Bueno a ver, tres deseos… Lo primero que quiero son tres deseos más, asi que en total tendría cinco.
-¡Ja! ¡Pero qué pillo resultó ser el señor! Siempre me vienen con lo mismo. Tres deseos son tres deseos, no me venga con volteretas legales. Dele, desee de verdad.
-Muy bien. -suspiró con fastidio- Quiero saber para qué estoy en este mundo, dígame el secreto de la humanidad, el por qué de la existencia... Ese es mi primer deseo.
-Me parece que se equivocó de librito. Para saber esas cosas vaya a la parroquia, camine mucho el mundo, y le van a aparecer algunas pistas. ¿Sabe en el mambo que me metería develándole todo el secreto? Además que para decírselo tendría que saberlo, y si lo supiese no estaría perdiendo el tiempo frente a usted.

Un silencio incómodo, muy incómodo cayó sobre el par de extraños. Sin embargo Rogelio no reventó a golpes a Braulio. El 39 llegó a la cuadra, esta vez lo vio, pero lo dejó pasar. La gente que caminaba la vereda lo hacía rápido, y todos llevaban paraguas bajo el brazo. Tras un momento de suspenso Rogelio sacó un cigarrillo

-Mire… a tres casas de la mía vive Florencia. Es una chica que parece haberme hechizado, me deslumbra cada vez que la veo o conversamos. Realmente estoy enamorado, aunque ahora ella tenga pareja.
-¿Entonces? -Quiero que facilite las cosas entre ella y yo. Que ella me corresponda y nos mimemos indefinidamente.
-¿Usted se da cuenta de lo que me está pidiendo? ¿Qué se supone que haga yo con el noviecito que tiene su pretendida? ¿Cómo piensa que yo podría manipular los sentimientos de esa tal Florencia? Vamos amigo, no sea ridículo. Si quiere a su vecina impresiónela, insista, y será suya.


Rogelio iba amainando sus pretensiones y aumentando su tedio. La noche se ponía fría y empezaba a lloviznar un poco, muy finito.
-¿Qué me dice de un auto? El que sea, ya no quiero tener que venir a tomar el colectivo y encontrarme con gente como usted. Deseo tener un auto.
-¿Pff y para eso me necesita a mí? Usted viene de trabajar, ahorre y cómprese uno, ahora hacen unos planes de financiamiento increíbles. No desperdicie sus deseos en esa estupidez.

El contrapunto se hacía largo y sinsentido. Rogelio tenía frío y estaba cansado. Protegiendo el pucho para que no se moje, hizo su último esfuerzo
-Haga que venga el 39, deseo que venga el 39 ahora.-Braulio no dijo palabra. Sólo se puso serio y miró hacia el horizonte, donde iba a aparecer el ómnibus. Entrecerró los ojos e hizo algunas fuerzas, como de concentración. Rogelio miraba espectante lo que iba a ser el momento más llamativo de la noche…

Después de varios minutos sin novedad, Rogelio optó por arrebatarle la cajita de fósforos de la mano e irse caminando por Juan B Justo, mientras encendía el cigarrillo.

Entradas más populares de este blog

El tablero de dibujo

¿Por qué los animales no van en los billetes argentinos?

Surfeándola III: Esperanza