El tablero de dibujo

I: TREINTA Y CINCO PESOS

Treinta y cinco pesos me salió el tablero de dibujo para cursar Representación de Sistemas. Había estado averiguando precios de los nuevos, y de alguna forma llegué a consultarle al Gringo, Alejandro Castellanos. Corría el año 2005. No hacía tanto el gringo era bajista de Funky Monks, banda a la cual yo seguía como si realmente fuesen los Red Hot Chili Peppers. Y qué bueno que haya sido así, porque haber conocido al gringo y al ruso, -sobre todo al ruso, al que ya me referiré en otros pasajes- me contribuyeron en la vida de una manera extraordinaria.

No recuerdo con detalle cómo fue que le pregunté al Gringo si sabía de alguien que vendiera un tablero de dibujo. En ese entonces no había redes sociales ni smartphones. La gente se visitaba en sus casas a veces sin aviso, y si querías comprar algo usado preguntabas entre conocidos, buscabas en los clasificados del diario, o en pegatinas en los negocios.

Dio la casualidad que Alejandro tenía su tablero de dibujo y que ya no lo usaba, asique me lo ofreció por poco precio y me lo llevé. Tenía todavía pegada una hoja del último dibujo que el arquitecto hizo sobre él. Me dijo que debería haberme cobrado más caro por ese dibujo. Y tiene razón, porque si el dibujo hubiera tenido un precio, lo hubiera conservado.

Estaba contento con el tablero del gringo. Ya con eso en mis manos, podía cursar Representación de Sistemas, que era -y sigue siendo- parte del Taller Introductorio de la carrera de LDCV. Ese taller es en realidad un paquete de cinco materias que se dan simultáneamente en el primer cuatrimestre del ingresante, y que de las cinco, uno debe aprobar al menos cuatro y no aplazar ninguna para poder seguir adelante en la carrera.


II: DOS COLECTIVOS

En esos primeros meses de universitario, llegaba y volvía de la facultad en colectivos. Y digo colectivos porque ningun recorrido me acercaba demasiado: tenía que tomar el 5 en López y Planes, bajar en Obispo Gelabert y San Jerónimo -Obispo Gelabert en ese entonces tenía el sentido de circulación hacia el Este-, y en esa misma esquina tomar el 2, que me dejaba dentro de ciudad universitaria. A veces en la misma esquina pasaba antes el 13, aunque era raro porque siempre tuvo menor frecuencia que la linea de número par.

Una alternativa que descubrí después era la línea 9: ésta me llevaba sin combinaciones, pero para tomarla debía caminar hasta avenida Perón, que en las horas en que viajaba, implicaba caminar y esperar en zonas no recomendables. Lo mismo para la vuelta. Sumado a eso, a cambio de su conexión sin combinaciones, hacía un recorrido zigzagueante que terminaba demorando más que la primera alternativa. Por eso, fueron contadas las veces que me llevó el nueve.

Si bien hubiera querido moverme a la facultad desde un principio en bicicleta, ese primer cuatrimestre fue bueno no haberlo hecho así: Casi en todos los talleres había que acudir a los cursados con alguna maqueta o conjunto de materiales que complicarían bastante un traslado en bicicleta. De hecho, hasta el traslado en colectivo era complicado porque las aparatosas estructuras o las hojas de gran tamaño incomodaban al resto de los pasajeros, excepto cuando los estudiantes nos apoderábamos del Dos en primera hora hacia Ciudad Universitaria, y los de la FADU nos incomodábamos unos a los otros, pero nos entendíamos, entonces nos incomodábamos menos.

Los viernes tocaba cursar Representación de Sistemas. El bulto para llevar era el maletín de dibujo y una cartuchera de instrumentos y reglas para dibujo técnico. Recuerdo haber transitado sin mucha dificultad esa materia, en la cátedra Ostolaza (QEPD), con Silvina Latorre y Maria Elena Bertuzzi como JTP. En ese entonces nos enseñaron los aspectos básicos de la representación de elementos en el plano, los sistemas de representación y el código de elementos que nos ayudaría a expresar proyectos e ideas en hojas a pesar de ser tridimensionales. A propósito de las cátedras, recuerdo que la de Ostolaza se diferenciaba de la cátedra de Olivieri, temido por el conjunto de estudiantes por su grado de exigencia y estricto método, y siempre llevaba a que los estudiantes comparásemos la cantidad de láminas desarrolladas en una y otra cátedra en el mismo transcurso de las asignaturas.

Al cuatrimestre siguiente, habiendo pasado el Taller Introductorio, Representación de Sistemas tenía su correlación en Sistemas de Representación I. Sí, parece un juego de palabras, y tal vez lo sea, pero es así en el plan de estudios. Tocaba Sistemas el mismo día de la semana, en el mismo horario. Era el invierno de 2007, lo cursé todo y venía muy bien, hasta que un viernes falté, y después de esa ausencia no pude hilar nada más. Me perdí en la cursada, perdí la regularidad y la mitad de los contenidos de la materia. Hablaban de verdadera forma y de verdadera magnitud, pero yo no sabía bien cuándo era verdadera y cuándo no, y cómo encontrar la diferencia.


III: QUEDÓ AHI TIRADA

La dejé ahí. Al año siguiente, para no dejar materias atrás, probé de rendirla aunque de manera miserable, sin buena preparación y para ver cómo me iba: saqué un 3. Entonces la dejé al costado para seguir con las otras materias. En el camino empecé a trabajar con Modelli, con VIllarreal, me fui en 2010 a vivir en Mar del Plata. En 2011 volví y aprobé los tres talleres del II nivel, y varias materias teóricas. Sistemas seguía esperando a que lo recursara. El tablero de dibujo al lado de mi ropero era un recordatorio permanente de esa deuda. Y también, dar esa materia ya se transformaba en una excusa para poder deshacerme del tablero de dibujo.

¿Por qué no la recursaba? En ese momento iba a la facultad en bicicleta, y ya no quería tomar los colectivos ni siquiera los viernes como hacía en las últimas semanas del cursado de Sistemas. Al volver a los cursados, mi apego al transporte en bicicleta era todavía más fuerte, y una motivación para cursar eran esos cinco kilómetros de pedaleada en cada sentido. Entonces pensé que necesitaba ingeniar un dispositivo el cual me permitiera llevar el tablero de dibujo en la bicicleta, sin comprometer la estabilidad, ni la maniobrabilidad, ni la integridad de la carga.

Mientras buscaba la forma ideal del dispositivo, estuve haciendo cicloturismo y emprendí un taller de reparación de bicicletas. En esas actividades conocí variedad de dispositivos, alforjas y soportes, pero ninguno como el que necesitaba. No es que estuviera todo el tiempo pensando en ello, pero en aquella época la idea del soporte para el tablero, para hacer este cursado, quedaba como un pendiente que me asechaba el pensamiento en momentos aleatorios. Así pasaron los años hasta que en 2015, cansado de insistir en pensamientos circulares, me ocupé y lo resolví: iba a engancharlo a la par del portaequipajes, llevándolo del lado izquierdo para que pueda viajar más bajo sin tocar la pata de cambios. Ya estaba inscripto en la cátedra Guisasola, que era la continuación de la de Ostolaza. Todo estaba dado para que finalmente, con este soporte, se me posibilite llegar a la cursada y aprobar de una vez por todas la asignatura.

 El primer viernes monté mi dispositivo y salí a la facultad, pero el entusiasmo duró una sola cuadra: el invento, no testeado previamente, se había desarmado, y no sabía cómo seguir con el tablero en la mano. Volví a casa y pensé que durante la semana iba a resolverlo, cosa que nunca sucedió. Dejé el cursado en 2015 sin haber asistido a ninguna clase.

A pesar de esta seguidilla de fracasos, mi obstinación por cumplir con esta materia no se disolvía. Seguí pensando que el tablero se iría con mi aprobación, y pensando que el dispositivo debía ser mejorado para poder llegar a los cursados.

Entendí que el tablero era demasiado aparatoso para cargarlo en la bicicleta. ¿Para qué era de tanto espesor la madera de algo que pretendía ser portable? ¿podía llegar a diseñar un tablero que se plegara, sin comprometer la característica de planicie que resulta imprescindible? Todas esas cuestiones abarqué en el diseño de un nuevo tablero que al final, terminó siendo un poco más reducido en sus dimensiones, apenas un poco más grande que la hoja Romani estándar, y de un espesor mucho menor. Compré la placa en Dolinsky ya cortada, y también compré el respuesto de paralelas para armar el tablero mejorado.
En ese entonces ya faltaba poco para el inicio de cursado de 2017. Me faltaba solamente comprar la regla, pero tenía un problema: tenía que modificar la regla para que coincidiera con las dimensiones del tablero que había diseñado. Con el inicio de cursados casi encima.


IV: ME VINO LA REGLA

Esta vez me había inscripto en la cátedra de De Simone, que era la continuación de la cátedra Olivieri. Presionado por una rápida adaptación de la regla que termine de hacer funcional el tablero, se me ocurrió que en lugar de montar las paralelas y la regla, podría directamente utilizar una regla T sobre mi nuevo tablero, hasta que resolviera correctamente el tema de la adaptación de la regla recta. Compré esa regla.

Y esta vez no me iba a pasar lo de 2015: con la regla en mi poder, probé el correcto funcionamiento sobre el tablero portable, y probé también que ese pudiera cargar todo en la bicicleta, como tenía pensado. Y funcionó.

Pero entonces, animado por el logro, ocurrió mi iluminación: pensé que en los talleres de la facultad contamos con grandes tableros que sirven justamente, de superficie de trabajo. Y que con la regla T en el borde de la mesa del taller, pegando la hoja de trabajo en la misma superficie -que está diseñada para este tipo de trabajos- , alcanzaría para dibujar como se requiere.

Entonces me arriesgué a esa alternativa y empecé el cursado en 2017. Para cumplir mi propósito, tenía que llegar siempre temprano para conseguir un lugar en el margen izquierdo de las mesas de trabajo, para usar el borde como había planteado. Y funcionó muy bien. No voy a omitir que en algún momento los profesores me cuestionaron la falta de tablero porque corría el riesgo de tener una mesa con el borde desalieado y por eso tener imprecisiones en mi dibujo, pero revisaba siempre eso y al final pude cursar toda la materia así. Once años después de haberme inscripto por primera vez, en diciembre de 2017 rendí el examen de regularidad y terminé la materia con un puntaje perfecto.

Sobre el proyecto de tablero portátil, nunca le monté los soportes para las paralelas, y la madera MDF la usé para otra cosa. El tablero del Gringo también quedó en casa, hasta que lo dí para que un estudiante de escuela técnica pudiera usarlo. Mirándolo a la distancia, la opción más simple hubiera sido tomar el colectivo a la facultad y dejarme de tanto capricho ciclista, pero no quise resignarme. Por eso, este cursado no sólo me dejó las enseñanzas propias del dibujo técnico, sino aún más, este proceso en el cual busqué soluciones difíciles y encontré la resolución en una muy sencilla. Y sobre todo, pude ver lo largo que puedo hacer un proceso para no bajarme del caballo. ¡El 9 me dejaba en la facultad sin combinaciones!

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