Lobos y Las Heras, agosto 2008. Parte 2

Parte 2: El tren a Lobos (FCDFS).

A Padua

Era sábado y con Seri teníamos programado un día de trenes, por eso bien temprano (para ser sábado) salimos camino a estación Gerli para que los subtes desde Constitución nos alcancen a Once. Que conste; la primera vez que entré a estación a Once, fue subiendo y después de haber salido de un coche Brugeoise. Sacamos boleto y nos involucramos en lo que para mí sería un viaje dentro de otro viaje.

El comienzo del viaje, en estación Gerli.


Seguimos combinando con los subtes C y A para llegar a Once.

Pasando por San Antonio de Padua.
Ya adentrados en el Viejo Oeste, andábamos a velocidades normales y casi sin sacudirnos. Íbamos con Seri sentados en el asiento de tres, con un lugar vacío del lado del pasillo. El coche estaba medio lleno, y se disfrutaba de las particularidades de un tren urbano. Predominaba un silencio entre los pasajeros, que de vez en cuando rompíamos con Seri emitiendo algún comentario de poca trascendencia, proponiendo tomas fotográficas del paisaje, anunciando próximos lugares o comentando cosas del trayecto; el ambiente se completaba -formando un hermoso paisaje para el oído- con el constante y casi sutil 'quetren quetren' que repetía como un mantra el golpeteo y el funcionar del hierro sobre el hierro. Silencio que se vió interrumpido radical pero no tan desagradablemente, por un vendedor de videos musicales en dvd que por adelantado pidió "disculpas por la música", al tiempo que daba play a su aparato y pregonaba de manera convincente lo espectacular de sus productos, mientras los sonidos de su propio reproductor -que prestaban una vista de los videos promocionados- opacaban su sermón.


Lo dicho; cerca de las 10am pasamos por San Antonio de Padua.

Entre tanto me acordé de mi ciberamiga Pipy, por estar cerca de sus pagos, y pensé, entre los sonidos saturados de aquellos videos de baladas ochentosas contrastándose con la quietud de aquel hombre en la fila de enfrente leyendo imparable las páginas del "Diario Popular", en inmortalizar el momento en que pasé por la estación San Antonio de Padua la cual estimo, estaba un poco cerca de su casa y sus lugares frecuentes.
Haciendo oídos sordos a todos mis pensamientos, el tren seguía con rumbo firme hacia Merlo con nosotros adentro, por lo cual minutos después fuéramos a bajar en aquella estación, donde hicimos un trasbordo.
Ahí ya estábamos algo lejos de Padua como para seguir comentando el momento en que pasamos por Padua.

Pasando por Marcos Paz.
Desde el andén de enfrente veíamos cómo el tren a Lobos, próximo a zarpar y apurándonos con su motor impaciente. Ni bien llegamos a Merlo bajamos y de manera fugaz cruzamos al otro andén, para no perderlo. Cuando pasamos por el molinillo, el guarda nos enteró de que no se trataba del tren a Lobos, sino a Las Heras, y que el directo a Lobos llegaba en 30 minutos. Por unos segundos el desconcierto se apoderó de nosotros: ¿Esperamos el directo a Lobos o tomamos ahora éste, que va a Las Heras? Debatimos en corto tiempo qué hacer, y terminamos por subirnos de todas formas al tren a Las Heras, con la excusa de conocer esa localidad también.
Ya arriba del tren, otra vez se sentía el ambiente del tren urbano, pero el coche esta vez estaba más vacío que lleno, el silencio se hacía aún más protagonista, a la vez que el andar del tren se hacía escuchar tan clara como placenteramente. Además, junto con el paisaje urbano que gradualmente se iba cambiando por uno rural,, los comentarios entre seri y yo iban haciéndose menos frecuentes, como los edificios en la ventana. A nuestro costado los postes de telégrafo iban indicándonos: ...kilómetro 40/2; kilómetro 40/3; kilómetro 40/4...
En ese intercambio de paisajes, en esa unión de lugares vista desde el camino de hierro, empezamos a acostumbrar nuestros ojos a un paisaje semiurbano-rural, quizás desde la estación Marcos Paz. Antes de llegar ahí pasamos bajo el puente del ferrocarril Belgrano Sur, y al llegar a la estación minutos después, lo que más nos atrajo del paisaje fue seguramente aquella locomotora a vapor a modo de monumento, instalada en la plaza frente a la estación Marcos Paz, ambientada con algo de señalética. Restaurada y reluciente; una joyita patrimonial y cultural. Mientras nosotros comentábamos lo lindo de aquella máquina, nos alejábamos de ella. Y los postes del telégrafo nos seguían con su discurso... kilómetro 42/4 ; kilómetro 42/5 ; kilómetro 42/12 ; kilómetro 43/1...


Antes de llegar a Marcos Paz, pasando por debajo del puente del antigüo FFCC Midland.


Llegando a estación Marcos Paz.


Locomotora en la plaza frente a la estación Marcos Paz.


Antes de llegar a Las Heras pasamos por debajo del puente del FFCC Belgrano Sur a Pergamino y Rosario.

Parando en General Las Heras.

Entre Marcos Paz y General Las Heras nos encontramos con muy pocas casas. En el camino solamente había campo y llanura. Algunos molinos, árboles, vacas, caballos, y a veces ovejas. La parada Zamudio, la parada Hornos. Y siguiendo nuestra vía, pasaban algunas calles, además de otros pocos pasos a nivel, y por supuesto los fieles postes de telégrafo marcando también los kilómetros que llevábamos hechos desde Estación Once.


El paisaje que se repetía entre Marcos Paz y Las Heras.

Bajamos en estación Las Heras, dispuestos a caminar un poco sus calles y encontrar un lugar donde almorzar. A metros de la estación está la plaza Las Heras, la cual en su centro tiene el monumento a General Las Heras. La plaza está rodeada por la iglesia, la municipalidad de Las Heras y la escuela Las Heras, entre otras construcciones. También es de destacar que una de las calles que cincunda la plaza, se llama... sí, Las Heras. Por esa calle anduvimos, vimos un club social con la fachada pintada con murales tangueros, y un taller mecánico que tenía a modo de ornamento la parte de atrás de un auto empotrado en la pared. A unas cuadras de ahí encontramos "Lo de Cacho"; un comedor que de noche también es cantobar. Ahí fue que almorzamos, con el tiempo justo para salir a trote -todavía con la comida en el esófago- de vuelta a la estación, y llegar en esa siesta soleada herense a tomar el tren hacia la última parada: Lobos.

Fotos en Las Heras: la estación, el club social, la municipalidad y un curioso motivo de ornamento para un taller mecánico.


La EE 1409 yendo a Once mientras llegaba la ALCo 655 para llevarnos a Lobos. El 30 de agosto a las 13.46hrs.

La web de Las Heras: http://www.lasherasweb.com.ar/


Pasando por Empalme Lobos.
Ya habíamos subido al tren 2819 y la ALCo 655 tiraba de los coches que nos transportaban hacia Lobos, por la vía única que une este pueblo con Las Heras. Arriba del tren, la poca concurrencia de pasajeros hacía juego con la tranquilidad del paisaje que ofrecía la ventanilla, que se llenaba con poco más que campos alambrados, árboles, y animales que se refugiaban del Sol pampeano en la sombra que estos mismos árboles proyectaban. En el camino vimos vacas cerca de las vías... y una que -dedujimos- se atrevió fatalmente a pasar el alambrado y acercarse demasiado, por lo que yacía dura y sin signos vitales a centímetros de donde las ruedas hacen contacto con el riel. A pocos metros de ahí, en un paso a nivel, una calavera vacuna incrustada a modo de tétrico decorado en la cruz de San Andrés, quizás haciendo evidente el peligro de desobedecer o desatender aquella señal.
Dentro del coche, los pasajeros consumían y retroalimentaban la paz reinante, llenando el aire -otra vez- solamente con el sonido del incansable rodar de las ruedas sobre el hierro, que patinaban bastante por algunos desniveles en la vía.
Nosotros íbamos en el coche más cercano a la máquina locomotora. Quizás el ambiente se traducía a gestos en nuestras sonrisas de contento. Con Seri, íbamos en asientos enfrentados, porque los dos queríamos estar del lado de la ventanilla. Yo iba en el asiento que le da la espalda a la locomotora. Seri tiene un complejo y no puede andar en tren si no es con el pecho hacia donde va la formación. Como este tramo era de vía única, sacábamos manos y cabeza por las ventanillas casi sin miedo, solamente precaviendo de que no haya cañas, señales y yuyos altos que nos golpeen con la velocidad que llevábamos. El paisaje mismo nos iba avisando cuando llegabamos a las estaciones, haciendo aparecer de a poco tímidas casas bajas, placitas al costado de las vías, luminarias y señales que dan cuenta de urbanización.


Izquierda: Estación Zapiola - Derecha: Talleres de Empalme Lobos.

Así pasamos por estación Speratti, y por estación Zapiola, que nos daba entrada al partido de Lobos. Espectantes desde ahí, preveíamos el momento en que llegaramos a Empalme Lobos; una estación que puede hacer alarde de un hermoso (aunque un poco descuidado) edificio, de la particularidad del empalme que cruza las vías de la red Sarmiento con la de las red Roca (antes Ferrocarril Oeste y Ferrocarril Al Sud, respectivamente) y deja a la estación en una especie de isla, con andenes a ambos lados del edificio. En frente de la estación, nos sorprendieron los talleres y depósito de locomotoras de Empalme Lobos, al dejar a la vista exhuberantes máquinas vaporeras, estacionadas ahí vaya a saber cuántas décadas. Mesa giratoria, tanque de agua y todo aquello que los ferroviarios habrían usado para maniobrar las vaporeras... todo ocupado irónica o dramáticamente por familias, que usan los edificios de los talleres como hogar (bienaventurados ellos).



Izquierda: Locomotoras y Mesa Giratoria de los talleres Empalme Lobos. Derecha: Dejábamos atrás la estación Empalme.

En fín y pesar de la longitud del texto, el paso por Empalme Lobos duró poco más de algunos minutos. El paso por la estación y los talleres fue fugaz, y cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos próximos y con rumbo a la estación de Lobos, cual fuera nuestra última parada antes de emprender el viaje de vuelta.

Algunos enlaces de interés:
http://www.lobos.gov.ar/
http://flavam.com/museo_ferroviario_ranchos/galemplobos.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Estaci%C3%B3n_Empalme_Lobos
http://es.wikipedia.org/wiki/Locomotora_de_vapor


Paseando por Lobos.
Supongo que eran alrededor de las 15 horas cuando llegamos a Lobos. Lo primero que ví fue ese vagón tolva rojo, que está del cerca de aquel depósito, del mismo color rojo ladrillo... y los silos graneros de fondo. Al otro lado de las vías estaba la estación, a la que bajamos con cara de satisfacción por haber llegado donde habíamos dispuesto en un principio. Cruzamos el edificio de la estación para salir a la ciudad, como quien entra de visita a una casa ajena, recibidos por la vereda de la avenida Leandro Alem.



Fotos en Lobos: Llegando a la estación, en la plaza 1810, una esquina de empedrado y la EE 1409 maniobrando para llevarnos de vuelta a Merlo.


Irrumpimos por calle 25 de Mayo, que nace -o termina- en la estación de trenes. Entre edificaciones de principio de siglo XX, negocios de toda índole, y -a pesar de ser las tres de la tarde- un movimiento bastante considerable de personas. Los locales comerciales de la calle 25 de Mayo estaban en su mayoría abiertos, había gente andando las veredas y coches circulando también, como si no conocieran lo que significa la palabra 'siesta'.

Llegamos por esa calle hasta la plaza 1810; La placa en una fuerte, robusta y elegante estructura metálica rezaba "Plaza 1810. Homenaje del pueblo de Lobos. 25 de mayo 1910". Una fuente en el centro de la plaza, una estatua en homenaje al bombero frente a la iglesia -a una cuadra de ahí se ubica el cuartel de bomberos-, el busto de el General Perón en una esquina de la plaza, y uno de parecidas características hacia Eva Perón, en otra. Alrededor de la plaza -como en otras tantas localidades fundadas por los españoles- vimos la Iglesia, en este caso Nuestra Señora del Carmen; y la Municipalidad de la ciudad de Lobos, contigua al edificio eclesiástico.

Salimos desde la plaza por calle Buenos Aires, doblamos a la derecha por calle Suipacha y seguimos derecho para el lado de la estación. Pasamos por calles de empedrado, y los edificios de arquitectura europea de principios de siglo XX parecían seguir nuestro camino. Pasamos por frente a la escuela número 1 y la sede de la UOM, entre otras tantas casas. Nos detuvimos en la plaza de la Soberanía, que está pegada a la estación del ferrocarril. Esta plaza tiene un mástil y una placa central en honor a los cuatro lobenses caídos en Malvinas, 'En homenaje a Nuestros Héroes' de veinte años de edad cada uno. También hay cañones y material del ejército argentino, que supongo tendrían alguna relación con la guerra de 1982.

De ahí, volvimos a tomar por 25 de mayo, pero esta vez hicimos una parada en la heladería, y comiendo el helado fuimos otra vez a la plaza 1810, a sentarnos en alguno de sus bancos y hacer tiempo hasta que llegue nuestro tren. Ya cuando se hicieron las 16:30 volvimos a la estación a esperar el tren bajo el techo del andén. El tren llegó a las 17:20 horas, como estaba previsto. Y con la EnglishElectric 1409 a la cabeza, nos fuimos en camino de vuelta, sobre los mismos rieles por donde vinimos.

Y yo no sé si era el Sol de la siesta de sábado, el viento lobense, las chicas vestidas de verano, o qué otra cosa... pero la ciudad de Lobos, desde que paramos en la estación, pasando por las plazas llenas de árboles y arbustos; y hasta cada calle que caminamos, me pareció muy pintorezco. Muy cuidado, muy limpio, muy prolijo. Y de todas formas sin mucho brillo, sin hacer ostentaciones, sin tener ansias de glamour, ni caer en la atrocidad de la perfección, que -de estar- tan angustiante resultaría al cuerpo humano que tuviera que soportarla.

Volviendo de Lobos.A las 17.20hrs subimos al tren 2824, con destino a Merlo y para seguir viaje hasta Once. Subimos al último coche de la formación, y nos sentamos en el último asiento; íbamos en la 'punta de atrás' por decirlo de alguna manera. A esa hora y despues de haber andado más o menos lo que está redactado en los capítulos anteriores de esta crónica; ya estabamos un poco cansados. A los pocos minutos de salir de Lobos, pasamos por la estación Empalme, que goza de una marcada simetría arquitectónica, sostenida en la misma simetría de la vías que pasan a la altura de ese edificio. Al lado nuestro, un grupo de vendedores festejaban contando chistes y tomando cerveza, me parece que era el cumpleaños de uno de ellos.

El viaje de vuelta también es parte del viaje, e incluso algunos, lo consideran hasta un viaje más. Quizás es un viaje poco más cansador, el de reandar -o desandar, como usted lo considere- los caminos andados anteriormente. También puede ser un proceso melancólico, emotivo o alegre; dependiendo de cómo se vivió el viaje en cuestión. Por eso mientras andábamos rumbo a Merlo, el cansancio de nuestros propios comentarios era sustituído por los chistes del hombre que vendía cds de música y películas. Entre tanto que éste Don contaba chistes, yo miraba cómo el Sol se iba escondiendo tras los pastos del paisaje. Y escuchaba todavía el andar del tren, y veía como Seri amagaba todo el tiempo a quedarse dormido.


La estación y el tren en que íbamos embardunados por la luz amarilla del sol occidental.

Entre tanto también sacaba algunas fotos; miraba todas las estaciones del lado reverso al que lo habíamos hecho hacía unas horas. Entre tanto ví a Seri ya dormido; y de alguna forma el tiempo y la distancia pasaron de manera que llegamos a Merlo. Paso seguido combinamos con el tren a Once, y repetimos la misma secuencia que hicimos a la mañana, pero de manera inversa. Cuando estuvimos otra vez en Gerli, supe que ésta crónica no iba a tener más opción que terminar.


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Carátula de Crónicas Viajeras.

TZL, agosto-setiembre del 2008.

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