Lectura en el transporte público.

Un lector de transporte colectivo es básicamente, un tipo decidido.
Decidido porque pudo elegir qué libro llevar para leer, porque no es cómodo llevar muchos libros y elegir en el viaje. Pero decidido también porque sabe cuándo cambiar de historias. En el momento en que el susodicho tiene el material de lectura en las manos, dispone de dos historias que leer: la historia escrita, que es un mundo de fantasía o de realidad, pero para el que siempre es necesaria una imaginación y procesamiento que tranforme las letras en imágenes, por lo menos. Y a la vez tiene la opción de levantar la vista y leer la historia real, el presente. Un libro que se está escribiendo en ese mismo instante, donde podría estar incluído él, leyendo su libro lleno de pasado, de pensamientos o de predicciones. El mundo que se le ofrece al pasajero es tan amplio que puede dividirse en dos grandes grupos: el mundillo dentro del colectivo, tren o subte, y el mundo por la ventanilla de los mismos. Hay que destacar que el mundo de las ventanillas se ve muy disminuído en el caso del tren subterráneo, por esa tendencia de los túneles a ser bastante oscuros y monótonos. Aunque ésto mismo nos sugiere que si uno llegara a encuentrar cosas interesantes tras la ventanilla del subte, deberían ser de lo más insólitas.
En fín, el mundo dentro del colectivo (o tren, o subte) es dinámico y se nota mucho; la gente entra al mundo rápidamente, elije su modo de pago, su sección de viaje y se involucra en el vehículo hasta que baja. Algunos ofrecen tarjetas, accesorios o simplemente piden colaboración. Algunos van sentados y esperan a ceder los asientos, otros van sentados y celan su asiento, otros van parados para no tener que molestarse en ceder el asiento.
En el mundo a través de la ventanilla en cambio, el mundo es mucho más dinámico, pero se nota mucho menos. La gente sube en mucha mayor cantidad, aunque quizás no tan rápidamente. La gente paga sin darse cuenta y no tiene muy claro qué sección de viaje le corresponde. Allá también algunos van parados y otros sentados, y la gente se baja sin saber por qué. pero la dinámica no se nota por ser tanta, y por nuestros ojos ser tan chiquitos para esas cosas.

Eso en cuanto al mundo casual o tangible, aquel que podríamos llamar mundo real. Cambiando, y respecto de la historia ya escrita, el mundo de bolsilllo que el pasajero despliega y en el cual entra por simple curiosidad de saber qué se cuenta ahí dentro, podemos decir que en las páginas los hechos brotan con la intensidad y la concentración con la que el descifrador desee. En el libro, la gente que está dentro aparece de la nada, y una vez ahí , no puede salir, aunque muchas veces el lector vea demasiadas coincidencias y afirme haberse encontrado con algún personaje del libro en el mundo dentro del tren. En el libro, los personajes avanzan y retroceden a voluntad del que lee, ellos no pagan pasaje pero a cambio su duda es total; no saben por qué ni para qué están ahí. Ahí los pusieron un día y ahí están... uno pensaría que quietos, pero lo frecuente que es lectura en el transporte público, sabemos que no paran de viajar.

Conciente o inconcientemente, esas son las posiblidades que baraja el lector de transporte público. Él a veces sabe, a veces no. Pero siempre decididamente, su mirada sube y baja -y en momentos parece estar afirmando con la cabeza- intercambiando la atención entre los dos mundos. Y escucha las dos voces, y lee los dos textos.

El único momento en que el pasajero lector suele dudar, es al momento de bajar: Increíblemente el transporte siempre está por llegar a destino cuando uno está incorporado al mundo escrito, y por eso el lector común suele titubear, apurarse, o pasarse de estación con tal de no dejar un párrafo rengo.


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trenazul,
Santa Fe, 13 de julio 2009
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