Diez años de ciclismo urbano
Cuando mi abuelo, a mediados del año 2004, me trajo del galpón la bicicleta, me preguntó para qué quería esa porquería. No me acuerdo qué le respondí. Yo iba a la escuela y era el único de mi grupo que andaba 'de a pie'. Creo que fue eso, o haberme cansado de caminar por las demoras del colectivo, lo que me llevó a pensar en la bicicleta como solución a mis traslados.
Después de haberla descubierto de la manta de polvillo, sacado las telarañas de entre los radios, -y aceitado, me imagino- la llevaba todos los días a la escuela. Me acuerdo cómo me temblaban las piernas por el esfuerzo al llegar en la primera semana. Ataba la bicicleta en un patio trasero, tomaba agua y por si acaso, me rociaba un poco de desodorante.
La frecuencia de uso y la capacidad física aumentaron rápidamente. Al poco tiempo la bicicleta era la manera de llegar a:
-la escuela,
-la academia de apoyo para el ingreso a la universidad,
-las clases de guitarra,
-los encuentros con amigos,
-las primeras citas con chicas.
Y no dejó de serlo para llegar a la facultad, para ir a los trabajos de filmaciones. para conocer lugares y llegar a cualquier lado. En julio del 2008, la misma bicicleta esperó afuera mientras yo despedía a mi abuelo.
En Mar del Plata supe que esta era una especie de adicción; me sentía angustiado moviéndome en la ciudad caminando o en colectivos. Ahí compré mi primera bicicleta todoterreno. Ahí comenzaron también las primeras expediciones, recorridos largos y planes de cicloturismo.
Al volver, Acquamarina volvió conmigo. Me surgieron ambiciones crecientes; el cicloturismo, el perfeccionamiento en la mecánica ciclista, una especie de activismo para difundir el ciclismo urbano. Y más allá de haberle perdido el rastro a la Aurorita, y que Acquamarina con sus transformaciones sigan siendo la extensión de mis piernas, el ciclismo urbano forma parte inseparable de mí.
Claro que no es todo color de rosas, y en este tiempo también me caí en la calle (tres veces), cometí multitud de errores de tránsito; pinché y pasé por muchos de los problemas posibles que hay con el tránsito y con la bicicleta como aparato mecánico. Creo que todo eso es lo que me ayudó a aprender, estar atento, estar comunicado con el resto del tránsito, estar atento a los ruidos que pueda hacer mi bici, respetar -por mi bien y el bien común- las leyes de tránsito (los semáforos desiertos no cuentan), y seguramente a sumar reflejos para actuar en contingencias e imprevistos.
Hoy pensaba en cómo la bicicleta me hace posible llegar a multitud de lugares en poco tiempo, que de otra forma -por estacionar, por esperar, por pagar- no llegaría. cómo me acerca distancias y optimiza el rendimiento de mi día. Y a la vez se me ocurrió que hace diez años empecé con este buen hábito, o manía, o como quiera llamarse.
En agosto del 2008, Aurorita llegaba a la punta del Dique 2 del Puerto de Santa Fe. Estábamos haciendo el ciclo de ExtraTV, todos los miércoles. Mi entusiasmo de ciclista urbano ya estaba afianzado. |
Después de haberla descubierto de la manta de polvillo, sacado las telarañas de entre los radios, -y aceitado, me imagino- la llevaba todos los días a la escuela. Me acuerdo cómo me temblaban las piernas por el esfuerzo al llegar en la primera semana. Ataba la bicicleta en un patio trasero, tomaba agua y por si acaso, me rociaba un poco de desodorante.
La frecuencia de uso y la capacidad física aumentaron rápidamente. Al poco tiempo la bicicleta era la manera de llegar a:
-la escuela,
-la academia de apoyo para el ingreso a la universidad,
-las clases de guitarra,
-los encuentros con amigos,
-las primeras citas con chicas.
Y no dejó de serlo para llegar a la facultad, para ir a los trabajos de filmaciones. para conocer lugares y llegar a cualquier lado. En julio del 2008, la misma bicicleta esperó afuera mientras yo despedía a mi abuelo.
En Mar del Plata supe que esta era una especie de adicción; me sentía angustiado moviéndome en la ciudad caminando o en colectivos. Ahí compré mi primera bicicleta todoterreno. Ahí comenzaron también las primeras expediciones, recorridos largos y planes de cicloturismo.
Al volver, Acquamarina volvió conmigo. Me surgieron ambiciones crecientes; el cicloturismo, el perfeccionamiento en la mecánica ciclista, una especie de activismo para difundir el ciclismo urbano. Y más allá de haberle perdido el rastro a la Aurorita, y que Acquamarina con sus transformaciones sigan siendo la extensión de mis piernas, el ciclismo urbano forma parte inseparable de mí.
Claro que no es todo color de rosas, y en este tiempo también me caí en la calle (tres veces), cometí multitud de errores de tránsito; pinché y pasé por muchos de los problemas posibles que hay con el tránsito y con la bicicleta como aparato mecánico. Creo que todo eso es lo que me ayudó a aprender, estar atento, estar comunicado con el resto del tránsito, estar atento a los ruidos que pueda hacer mi bici, respetar -por mi bien y el bien común- las leyes de tránsito (los semáforos desiertos no cuentan), y seguramente a sumar reflejos para actuar en contingencias e imprevistos.
Hoy pensaba en cómo la bicicleta me hace posible llegar a multitud de lugares en poco tiempo, que de otra forma -por estacionar, por esperar, por pagar- no llegaría. cómo me acerca distancias y optimiza el rendimiento de mi día. Y a la vez se me ocurrió que hace diez años empecé con este buen hábito, o manía, o como quiera llamarse.