Diez años de ciclismo urbano

Cuando mi abuelo,  a mediados del año 2004, me trajo del galpón la bicicleta, me preguntó para qué quería esa porquería. No me acuerdo qué le respondí. Yo iba a la escuela y era el único de mi grupo que andaba 'de a pie'. Creo que fue eso, o haberme cansado de caminar por las demoras del colectivo, lo que me llevó a pensar en la bicicleta como solución a mis traslados.

En agosto del 2008, Aurorita llegaba a la punta del Dique 2 del Puerto de Santa Fe. Estábamos haciendo el ciclo de ExtraTV, todos los miércoles. Mi entusiasmo de ciclista urbano ya estaba afianzado.


Después de haberla descubierto de la manta de polvillo, sacado las telarañas de entre los radios, -y aceitado, me imagino- la llevaba todos los días a la escuela. Me acuerdo cómo me temblaban las piernas por el esfuerzo al llegar en la primera semana. Ataba la bicicleta en un patio trasero, tomaba agua y por si acaso, me rociaba un poco de desodorante.

La frecuencia de uso y la capacidad física aumentaron rápidamente. Al poco tiempo la bicicleta era la manera de llegar a:
-la escuela,
-la academia de apoyo para el ingreso a la universidad,
-las clases de guitarra,
-los encuentros con amigos,
-las primeras citas con chicas.
Y no dejó de serlo para llegar a la facultad, para ir a los trabajos de filmaciones. para conocer lugares y llegar a cualquier lado. En julio del 2008, la misma bicicleta esperó afuera mientras yo despedía a mi abuelo.

En Mar del Plata supe que esta era una especie de adicción; me sentía angustiado moviéndome en la ciudad caminando o en colectivos. Ahí compré mi primera bicicleta todoterreno. Ahí comenzaron también las primeras expediciones, recorridos largos y planes de cicloturismo.

Al volver, Acquamarina volvió conmigo. Me surgieron ambiciones crecientes; el cicloturismo, el perfeccionamiento en la mecánica ciclista, una especie de activismo para difundir el ciclismo urbano. Y más allá de haberle perdido el rastro a la Aurorita, y que Acquamarina con sus transformaciones sigan siendo la extensión de mis piernas, el ciclismo urbano forma parte inseparable de mí.

Claro que no es todo color de rosas, y en este tiempo también me caí en la calle (tres veces), cometí multitud de errores de tránsito; pinché y pasé por muchos de los problemas posibles que hay con el tránsito y con la bicicleta como aparato mecánico. Creo que todo eso es lo que me ayudó a aprender, estar atento, estar comunicado con el resto del tránsito, estar atento a los ruidos que pueda hacer mi bici, respetar -por mi bien y el bien común- las leyes de tránsito (los semáforos desiertos no cuentan), y seguramente a sumar reflejos para actuar en contingencias e imprevistos.

Hoy pensaba en cómo la bicicleta me hace posible llegar a multitud de lugares en poco tiempo, que de otra forma -por estacionar, por esperar, por pagar- no llegaría. cómo me acerca distancias y optimiza el rendimiento de mi día. Y a la vez se me ocurrió que hace diez años empecé con este buen hábito, o manía, o como quiera llamarse.

Entradas más populares de este blog

¿Por qué los animales no van en los billetes argentinos?

El tablero de dibujo

Surfeándola III: Esperanza