Fumadores y los hábitos nocivos.

Debe haber una razón más profunda que el alojamiento de la nicotina en una parte del cerebro para que el tabaco industrial se sostenga con tanto éxito en el tiempo. Lo digo porque las campañas gráficas de concientización no hacen ningún efecto, y porque he sido testigo de personas que dejaron de fumar, que lo hicieron por razones prácticas o ideológicas.

Ariel, de estirpe nacionalista, que tuvo el orgullo de dejar el tabaco para quitar su granito de arena a las tabacaleras multinacionales que engordan su caldo a costas de sus manchas pulmonares. Lo dejó por razones políticas.
También conozco el caso de Fabio, que conocí por haberse sumado él al grupo de cicloturismo, y que a la semana dejó el tabaco para tal vez cambiarse a un hábito difundido como más saludable, aunque eso pueda discutirse. El centro de la cuestión es que Fabio ahora pedalea con los pulmones más holgados, por razones prácticas.
Más próximo en el tiempo retomé contacto con el Ruso, a quien yo tengo asociado mentalmente con el olor al humo de los cigarrillos Parissienes, el cigarrillo negro. Yo estaba yendo a la facultad en bicicleta, él caminaba con su hijo, lo llevaba al jardín escolar. Nos pusimos al día de nuestras nuevas vidas, ya alejados hace dos años del trabajo que nos convocaba. Y entre tanto me dijo que desde que se hizo padre, dejó el cigarrillo. Por respeto al niño, se podría decir.

Sin embargo se combate al cigarrillo y si uno lo piensa, todos tenemos un hábito más o menos nocivo para la salud. Tal vez el tabaco se transforma en un caso especial por haber sido de los pocos casos de sustancias tóxicas incorporadas al sistema de consumo y legalizadas. A la vez, esa rareza lo hace el hábito 'más combatido' desde el mismo sistema. Dejemos entonces, como se indica en el titulo, al cigarrillo como símbolo del hábito nocivo, que uno consume concientemente.

Puede que la verdadera razón de que uno suspenda una reunión, baje once pisos en el ascensor y se traslade varias cuadras para buscar un kiosco abierto con el cual abastecerse de cilindros de tabaco, sea una protección a las razones del final de la existencia. Todos sabemos que fumemos o no, nos vamos a morir. Respecto del riesgo de morir, transitar por las rutas argentinas da iguales o más posibilidades de mortalidad que encender cigarrillos todos los días. Pero el fumador sabe que puede morirse 'de fumar', y eso lo deja tranquilo, busca alojarse tras ese hábito en la ansiedad del final de la vida. A través del humo que expele, conversa con la posibilidad de su desaparición física, y la desafía. Le comenta su eternidad a pesar del cuerpo, o su cobardía ante su voluntad de terminar de un solo corchazo la existencia, o su pensamiento de que nada de esto tiene sentido.

En conclusión, las posibilidades filosóficas por las que un fumador continúa su hábito son tantas que el alojamiento de la nicotina en el cerebro resulta la razón más convincente.

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