Invención del aire acondicionado


-'Es un infierno afuera' escuché decir a una señora
mientras esperaba ser atendida en la cola del banco. 

El verano en el infierno dura doce meses al año. Las hogueras no paran de arder y nunca terminan de quemar a nadie. Sofocan la atmósfera que ya cerca del magma del centro geológico, dispone de una presión altísima y tremendamente hostil.

Ya se sabe que los condenados a pasar el tiempo ahí, lo están por varias eternidades. Quien diseñó el antiparaíso lo hizo para que el tormento sea pleno y constante. Desde su principio, el ambiente desintegra a los desalmados y les hace pretender un arrepentimiento que ya les resulta tardío. El espectro infernal se llena de los siete pecados capitales, de forma tan burda que los abominados tratan de recordar oraciones a las que la misma pesadumbre y hostigamiento no les permite llegar.

En un par de miles de años de esa gestión, sorprendió a la cúpula del Mal que la mayoría de condenados se tomara a broma toda la pesadumbre que al principio les resultara insoportable: no estaba calculado que los padecientes, pasados algunos miles de años, se acostumbraran a todo tormento. Se aclimatasen al peor de los calores, se curtiesen de todo dolor, se insensibilizasen de toda quemadura. Se hicieran -justamente por su constancia- tolerantes al mayor abrumamiento. Las autoridades vieron cómo el infierno estaba dejando de serlo, endurecieron lo poco que más se podía endurecer las penas, llevándolas al límite, pero ya no hacía efecto.

Los condenados pensaron hablerle ganado al mismísimo Lucifer cuando vieron instalarse aquellos cubículos blancos. Se les comunicó -de muy mala forma- que tendrían la obligación de pasar en esas habitaciones una hora de continuo por día, ni un minuto más, ni uno menos... Las veían sin entender la propuesta: Adentro se disponían sillones mullidos y productos de relajación, y por sobre todo, por debajo de las puertas, atraía la acción de unos aparatos innovadores, que refrigeraban y daban una atmósfera óptima, fresca y seca, algo que con el tiempo habían olvidado. ¿los bienaventurados se habrían compadecido? Aceptaron las imposiciones infernales, como no podía ser de otra forma... pero raramente, con ansias y mucho agrado.

En el infierno el verano dura los doce meses del año. No hay cómo desabrigarse del calor, es más complejo que el frío. Los abominados estuvieron extenuados de placer en su primer hora de refrigeración, de plenitud, de casi-resurrección.
Al salir comprendieron para el resto de todas las eternidades cuán grande era esa pieza de castigo.



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