Combinaciones a El Taller.



Otro gallo le cantara...

El tren nocturno la llevaba por caminos inéditos. Tras la ventanilla, sólo existía la cubierta negra de la noche. El paisaje era cambiado de tal forma por la oscuridad, que no parecía el mismo recorrido hecho en la ida. Ella, sentada en una butaca verde, se suspendía entre la propia imaginación y una lectura casual, que leía con distracción: saber lo que dejó allá, era una incógnita eterna. Le parecía que el olor de la maleza alejándose la acompañaría para siempre, y cada vez con más presencia.
Acercó su mirada al vidrio, y hacia arriba vio la única luz en la plena noche... En ese momento estaba rodeada de azul, sin darse cuenta el tren y la luna, todo azul.
Al detenerse en una estación pequeña volvió a sentir el signo latiendo, demasiado fuerte como para quedarse. Las miradas ya estaban anaranjadas de sol naciente. Cerró el libro y lo puso en su bolso, que cruzó en bandolera antes de dejar la butaca verde, y luego el tren. Afuera, caminó unas pocas cuadras por calles que le resultaban raramente conocidas. Había dejado su equipaje de recuerdos y tempestades allá, en la estación de la bruma amarilla, y sin embargo el olor a maleza la atormentaba. Delante suyo se cruzó un pájaro de papel de libro de Omán, cayendo a sus pies. Detuvo el paso, lo levantó tomándolo de la cola y mientras dudaba de qué tren había tomado, trató de ubicarse. Dando vista al ya bien iluminado paisaje, miró al frente.
Allá adentro, los fantasmas la esperaban.

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trenazul-14jun2010
Casualidad o no, este episodio empalma en el nudo de la 'historia desde el final (y viceversa)' que estoy produciendo en mi blog.

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{Losce [los} celos]

¿A quién llama tanto? ¿con quién tiene tanto que hablar? Desdentaría con mis propios dedos en pinza a ese pelandrún que tanto le sonríe.

Aunque detestaba tanto sus histerias, ahora me preocupa que ya no me reproche dejar la ropa fuera de lugar y los platos en la mesa. Yo vivo con los puños apretados. Ella vive yéndose en sus ojos hacia ojos que no son los míos, con la misma mirada con la que se acercó a mí.

Es mi esfuerzo, mi logro. Mi tiempo invertido, mi ser a punto de claudicar, ese "de alguna forma" en que la conseguí. Y ahora la veo balanceándose en la conrisa del rascacielo de mi alcance.

TZL, 1:14am 01/05/2010


Capítulo XII: Inocencia.

Faraï sacudida por aquellas palabras, no salía de su asombro. Sintió que Mazanu le guiñaba un ojo y alejándose corrigió: ‘Bueno entendeme” –mientras llenaba un vaso, delator de su nuevo hábito…
-¿Tomás sola? Preguntó Muchanga, sospechándolo todo…

En camino.

Por la ventanilla entra un suave viento vacío que renueva el aire. A ese costo entrometida, pasa así también la lacia lluvia. Él, sordo al silencio que sucede en el ambiente, siente a medida que van que estallan estrellas tras su rápido trajinar.
Remotos, los relámpagos rojos reemplazan en sus ojos el reposo, repitiendo rugidos a lo lejos. Casualmente coptan el silencio sonidos crocantes: crujientes cráneos cordobeses dormidos, contraídos contra la pared del coche, y casi consecutivos, caramelos crujientes que come una criatura.
Huye entonces, espantado de ese ambiente, subido a su mente: Ya imagina en desvelo el almado mar invernal, frío y eterno a la mirada. Cada bucólico bucle amansado por el agua -recuerda-, que le sobrepasaba la oreja, aquella vez que con su arenada melena regresaban a la calle. Lo devuelve a su butaca una respiración de ronca carraca, de un correntino vecino, y al tiempo la piensa detrás de todos los kilómetros del camino: ilusionada, insospechada de que esa vida dividida en placer y deber, lo están agotando en una constante angosta angustia.

21feb2010

Secuencia azarosa.

¿Cuánto pensará en el árbol aquel que anota? Tras la ventana agitaba sus hojas buscando atención, pero ni la esperanza de que un salto cuántico encienda la luz que permita una aproximación a la realidad se hacía factible. El árbol que también pudo ser un mueble, que acaso guardaría la lana con la que alguno de ellos hubiera hecho a su gusto unas polainas o un par de medias, y pasara este invierno con los pies menos helados, que junto a un de una marca cualquiera podía dejar en una tarde las miradas más placenteras desde la ventana, no es. El árbol se limita a ser eso y a cambio de los beneficios del mueble, apenas les permite respirar.

Sobre él, cabe una sola nube. Una nube moviéndose vertiginosamente, vista desde aquella ventana distrae por momentos al que juega compulsivamente loba e imprime desde sus dedos en adelante, una palidez fantasmal. El color de la cal, -distante al de la nube grisácea, que sigue transcurriendo entre los marcos de la ventana- se expande en la habitación reflejando la luz en el mismo rostro que evade cualquier actitud gesticuladora para no dejar en evidencia la ventajosa mano que tiene en juego. Esas hojas en las que anota los puntajes, las mismas que sus hijos usan de anotador en la escuela, fueron un día, acaso pino y ya no van a ser la cama en la que pudiera tomar su té de menta, o bien apuntarse en la sien izquierda cuando se sienta perder demasiado seguido. Si los reyes no le dan descanso y el fín no lo indica ningún Sol, sus amigos como él pueden jugarse la vida a simple cara o cruz.

Qué les importan las algas en el lago del patio; una pésima idea del inquilino anterior. Cuando las cartas los llenan de hastío, depositan todas sus esperanzas en los sietes y onces que puedan ofrecerles los dados aunque el cielo tras la ventana siga parcialmente nublado, o el riel como viga sobre sus cabezas esté lleno de telarañas, o el invierno invente una estalactita en cada cosa que en otro momento fuera simple líquido derramándose. Y aunque vivieran tras un mirador, sus corazones se encierran en la competencia efímera de la suerte que pudiera jugarles a favor.

El té se les enfría a los pocos minutos de servido, y sumado a la menta tiene un sabor demasiado refrescante para la epoca. Un sólo hombre de la mesa calienta y recalienta la tetera mil veces mientras los otros trampean a gusto. Los rayos en el cielo por fín empiezan a rugir, pero la mesa se mantiene fría y sorda. El repasador algo felpudo alcanza la tetera que se sirve caprichosa, apagando una sed inexistente. Las extremidades recobran un mínimo color y contrarias a cualquier insolación, inducen su parecer más a un cadáver que a un cuerpo despierto.

Enemistados a las cartas que quedan de clavo, son también indiferentes a cualquier coito que pueda posibilitarse, aunque sea mirado por televisión. Dios quizás los ignore tanto como ellos a Él, que sin temores dejan de lado a las mujeres por... otro azar.

Contraste.
Cincuenta años viviendo en este pueblo. Desde que el tren dejó de pasar, el poblado trabó su crecimiento y de a poco empezó a extinguirse. Los chicos se van en manadas a estudiar y a probar mejor suerte a las grandes ciudades. Casi todos los que eran campesinos vendieron sus vacas, sus gallinas y abandonaron sus campos porque ya no les convenía trabajar tanto y gastar todo en el transporte. Hoy es una aldea tranquila, quizás demasiado.
Todavía las veredas despiertan con el sol matinal, que ilumina la ventana de su casa y muy seguido lo hace recordar aquella vecina, el amor adolescente que florecía tímidamente entre las hojas de los sauces como cortinas. Ahí el tiempo parece estar detenido; todavía la calle se duerme con la salida de la Luna y las luces de uno o dos faroles amansando la oscuridad, entre las calles de tierra.
Calles de tierra que en días de lluvia eran de barro pantanoso, no daban más chance queencerrarse en la casa; y casi siempre esas tardes eran rescatadas por los libros: siempre había algo de literatura en su casa, porque en la otra esquina, al lado de la escuelita, estaba la diminuta pero repleta biblioteca. Por allá pasaba con sus amigos todos los días, y a veces llevaban libros cortos además de los que usaban para hacer la tarea.
El jueves pasado fue a visitar a José, que ya hace dos años está viviendo y estudiando en la ciudad. Y en ese viaje volvió a lamentarse de una ciudad que vive más la noche que el día, donde las avenidas se llenan de cines que se llenan de sexo, que existe para venderse y que además se vende en las esquinas. Que en las calles enormes, hartas de bocinas y motores humeantes, se dibuja con un lapiz gris el adorno permanente de un pavimento que está tan duro como muerto.
Quizás sea él, que simplemente no está acostumbrado. Pero qué parecida y diferente era su vida y la de José. Esa vida que -según eligió pensar- está unida y a la vez dividida por esos rieles oxidados, abandonados. Por una estación que espera ansiosa recibir otro convoy lleno de oportunidades, de trabajo, de bienvenidas y de despedidas, de sentimiento; de movimiento... de vida.

TZL. 2 de junio del 2009
Publicado originalmente para el primer ejercicio de El Taller.

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