Pérdidas en el tren II

Creo que los suspiros iban perdiendo fuerza, entre el paso del tiempo y la sucesión de algunos desencuentros. La volví a ver cuando creí que ya no volvería a verla, exactamente un año después de haberla despedido.
Ella llevaba en el rostro el encanto de siempre, tal vez un poquito más. Su sonrisa me abrumaba, me bloqueaba toda conciencia más allá de su belleza y la ternura de su mirada.
Caminamos hasta parque Lezama mientras nos contábamos cosas de nuestras vidas en este año que había pasado. Allá tomamos tereré, porque el clima nos prestaba más calor que frío. Cuando empezó a caer el Sol, volvimos a Constitución para tomar el tren al Sur: el mismo tren que hacía un año la había llevado, pensé. Esta vez me devolvía aquella presencia, pero no sabía si era una revancha o un redoble. Sacamos boleto; yo ida y vuelta, ella solamente ida.
Andando, debo reconocer lo excesivamente largo que me fue ese viaje. En un segundo de coraje me jugué y quise volver a abrazarla, pero me rechazó rápido, y después nos acompañó un silencio difícil de romper. Con eso podría confirmar el caracter narcótico del cariño entregado, y la sensación opuesta ante el cariño reprimido, contenido, censurado.
Al pasar por Gerli, junté la despedida que el año pasado había dejado ahí, porque esta vez íbamos juntos hacia el Sur. Algunas galaxias más distantes de lo que yo hubiera querido que vayamos, pero en algún sentido íbamos juntos.
Reconocí sin decírselo que la expectativa nunca es buena y me lo aguanté; y cerré los puños para que no salieran las caricias, y apreté los labios para no decirle cuánto la había extrañado, o cuánto la quería. Se me escapaban los suspiros de vez en cuando. Mientras llegábamos yo me observaba resignando en un momento a quien había estado ansiando los últimos doce meses.
Así llegamos a esa porción de Sur, caminamos un poco. Yo llevaba las ansias transformadas en una emoción indecible, una mezcla entre la frustración por no cumplir mis expectativas, pasando por el orgullo de haberme comportado con tranquilidad y coherencia, y hasta la alegría de verla tan linda y alegre. Al despedirla en una parada de colectivo, no quiso que esperara con ella. Le dí un abrazo y un beso en la mejilla. La dejé en la garita y rumbée hacia la estación. Esta vez era yo el que se alejaba, aunque no estuvimos cerca en ningún momento. Caminé como si no llevara la mochila, o como si ese viento tormentoso no viniera en mi contra. Caminé con la decisión que no tenían mis lágrimas para salir de mis ojos ante la impotencia, la pena, la pérdida.
Ya era de noche y yo volvía en un SoReFaMe, otro coche especial que como el Nohab hacía un año, pretendía distraerme del tormento mental que dejaba un amor perdido. Fui tirando por la ventanilla los pedazos de mi esperanza y mi cariño para ella. Bajé esperando que solamente me hayan quedado los buenos recuerdos.

Quizás hoy ella presienta el cariño que dejé en ese paisaje mientras va en el tren a Constitución.
Quizás encante al viento cuando le acaricie la cara mirando por la ventana... quizás ese mismo viento esté hecho de suspiros acumulados.


TZL; el 23 de abril de 2009, del 30 de marzo del 2009.

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