Cuando mi abuelo, a mediados del año 2004, me trajo del galpón la bicicleta, me preguntó para qué quería esa porquería. No me acuerdo qué le respondí. Yo iba a la escuela y era el único de mi grupo que andaba 'de a pie'. Creo que fue eso, o haberme cansado de caminar por las demoras del colectivo, lo que me llevó a pensar en la bicicleta como solución a mis traslados. En agosto del 2008, Aurorita llegaba a la punta del Dique 2 del Puerto de Santa Fe. Estábamos haciendo el ciclo de ExtraTV, todos los miércoles. Mi entusiasmo de ciclista urbano ya estaba afianzado. Después de haberla descubierto de la manta de polvillo, sacado las telarañas de entre los radios, -y aceitado, me imagino- la llevaba todos los días a la escuela. Me acuerdo cómo me temblaban las piernas por el esfuerzo al llegar en la primera semana. Ataba la bicicleta en un patio trasero, tomaba agua y por si acaso, me rociaba un poco de desodorante. La frecuencia de uso y la capacidad física aumentaron rápidamente...