El plantazo
Habían dicho que a las seis de la tarde, que el próximo viernes, que en la plaza frente al cafetín de Don Blás. Ella estuvo ahí; llegó temprano y lo esperó. Se sentó cuando empezó a marearse de tanto mirar las agujas girando en el reloj del campanario. Al tercer día, la gente ya miraba extrañada. Por su quietud y cansancio, algunos transeúntes le dejaban monedas al pasar. También por su quietud y cansancio, algunos pícaros le sacaban las monedas al pasar. Fue testigo de faroles encendiéndose y apagándose; del bullicio revitalizante que prestan las correteadas de los chicos, y los gritos divertidos sobre las líneas de las rayuelas. Fue testigo de algunas noches sobre el césped de la plaza, frente a miradas que no entendían su paciencia. Al séptimo amanecer la plaza se detuvo de asombro: paseadores de perros, canillitas y escolares con sus padres se silenciaban al pasar, sin poder evitar notarlo: ella había dejado el banco de la fuente, donde había posado los últimos días. Fue a dar...